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Efecto dominó – Cuento de Navidad por Nacho Caballero

De nuevo Nochebuena y de nuevo saber que no llegaría a tiempo. Demasiado tiempo perdido y marear la perdiz para que al final el último pedido llegara fuera de hora y sin embargo tuviera que aceptarlo… casi por inercia. Hacía tanto que trabajaba de esa forma que casi se había olvidado de su familia.

Desde su despacho veía la cadena de producción, con esos empleados que tampoco cenarían con sus familias esa noche “buena”.

El Sr. Rodríguez llamó a su casa temiendo que se lo cogieran. Su mujer contestó con ese tono de voz que anticipa lo que va a escuchar. “Que este año tampoco vienes, ¿verdad?”. Él se calló durante unos segundos mientras escuchaba el jaleo de fondo de toda su familia reunida junto a la mesa: su anciana madre, cuñados, hermanos, sobrinos, hijos, el perro y una tortuga… todos menos él.

– En cuanto pueda me escapo cariño – dijo él con voz automática.

Sin apenas percibir la respuesta resignada de ella cogió el albarán del cliente, lo miró con detenimiento durante un rato eterno…

Volvió a sonar el teléfono. Al cogerlo para descolgar pudo ver en la pantalla la palabra “Dominó”. En el lugar donde suele figurar el nombre de algún familiar, o bien un número desconocido, figuraba aquella palabra que le desconcertó.

Entonces decidió coger el teléfono…

– ¿Diga?
– Hola Sr. Rodríguez. No te asustes, no quiero venderte fibra ni un seguro de vida, suponiendo que la tuya lo sea– dijo una voz extrañamente familiar.
– ¿Quién es? – preguntó impaciente.
– Tranquilo, he venido a contarte una pequeña historia para que entiendas por qué estás de nuevo, una noche más, sin poder compartirla con tu familia.

Efecto dominó

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Todo comenzó hace muchos años en una pequeña empresa familiar, que con el tiempo se convirtió en un holding gigantesco del que dependen gran parte de las empresas que hay en el planeta, incluida la tuya. Durante años fue dirigida por su fundadora, Mrs. House. Era una mujer inteligente, tan atenta con sus clientes como con sus empleados, sabedora de que la satisfacción de ambos estaba conectada. Por eso no toleraba las pérdidas de tiempo, odiaba la desorganización y se indignaba con los empleados que pretendían quedarse más tiempo por no seguir esta filosofía.

A las cinco de la tarde cortaba el suministro eléctrico de toda la compañía y todos se iban a casa. Las cosas funcionaron bien bajo su liderazgo. Hasta que algo cambió.

Mrs. House falleció de forma repentina el día que celebraba su merecida jubilación. El consejo de administración urdió un plan para arrebatar la empresa a su único hijo, fiel reflejo de su madre que le había dedicado el tiempo necesario para transmitirle sus valores.

Bajo el mando de los nuevos dueños todo cambió. La desorganización, la falta de control y la manga ancha en la forma de trabajar tuvieron sus consecuencias: empleados descontentos, jornadas de trabajo interminables, aumento de bajas por enfermedad y una caída estrepitosa de la productividad. Los beneficios se redujeron a la mitad y como consecuencia se despidió a gran parte de la plantilla para recortar gastos. De esa forma se sobrecargó de trabajo a los empleados que se quedaron.

– “Me suena algo la historia” – pensó el Sr. Rodríguez mientras seguía escuchando.

– Las consecuencias no se hicieron esperar – continuó relatando la voz – Todos los pedidos comenzaron a salir tarde y, como consecuencia, todas las empresas que dependían de este holding comenzaron a sufrir las consecuencias en igual medida. Y tu empresa es una de ellas. Eres víctima de un efecto dominó que, si pudo comenzar, puede revertirse.

– Eso es fácil de decir, pero… ¿cómo lo hago?

– Piensa en la gente que te importa de verdad.

Y colgó.

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Cuando miró la pantalla vio que la llamada había durado ocho minutos justos. Como las ocho horas que él superaba con creces trabajando cada día.

Se quedó pensando en la forma de liderar de Mrs. House y en el efecto dominó que empresa a empresa había ido extendiéndose como una plaga.

“Un efecto dominó que si pudo comenzar puede revertirse”.

Miró su reloj. Eran las nueve y cuarto de la noche del día 24. Se acercó a la megafonía de la fábrica con el abrigo puesto y con voz emocionada dijo.

– Nos vamos a casa. Es Navidad.

FIN


Foto: Wikipedia

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