La maternidad (y supongo que también la paternidad) nos transforma. Nos hace más fuertes, cambia nuestras prioridades y (en muchos casos por primera vez) sentimos que hay alguien más importante que nosotros. Todo esto nos lleva a hacer cosas que nunca pensamos que haríamos antes de ser madres.
Ir sola a urgencias de madrugada
Mi subida de la leche coincidió con nuestra llegada a casa tras el nacimiento de nuestro hijo. El pecho se me puso como dos balones de futbito. Al mirarme al espejo sentía terror que, sumado al tremendo dolor y el llanto ininterrumpido de nuestro hijo (pensábamos que de hambre), hicieron que me fuera corriendo a urgencias. Por el camino, lloraba de miedo e impotencia. Diagnóstico: ingurgitación. Tratamiento: estrujar el pecho con trapos de agua caliente hasta que empiece a salir leche…
Sorber sangre ajena
Mi hijo daba sus primeros pasos agarrado de las manos, cuando se me resbaló en el parque y cayó contra el suelo. Rompió a llorar. Le levanté del suelo y descubrí que le sangraba la boca. Era la primera vez en su vida. Justo aquel día se me habían olvidado las toallitas y estaba sola en el parque. Instintivamente empecé a lamerle y sorberle la sangre hasta que paró de sangrar.
Asistir sola a un simulador de la erupción volcánica
Estábamos de vacaciones en Lanzarote. En el centro de interpretación del Timanfaya existía la posibilidad de asistir al simulacro de la erupción de un volcán. No nos lo queríamos perder pero no nos dejaban pasar con un bebé. Entramos por turnos. Yo la primera y sola.
Recoger la pota con la mano
Fue al comienzo de estas vacaciones. A 90 km de Madrid, mi hijo me pidió una patata, que provocó un vómito interminable. Junté las dos manos formando un pequeño cuenco y recogí la pota hasta que estaba a punto de rebosar y decidí volcarla en la bolsa de patatas recién abierta.
Partirme el labio y no llorar
Hace dos días, le estaba poniendo el flotador a mi hijo a la orilla del mar, cuando vino una pequeña ola y mi hijo decidió saltar, rompiéndome el labio con su cabeza. Sentí un dolor tremendo, el sabor a sangre y cómo empezaba a hincharse. Sin embargo, intenté no gritar ni llorar para no asustar al peque. Bastante tuvo con verme salir corriendo al puesto de socorro sin mediar explicación. Suero, agua oxigenada, hielo… Todo quedó en un susto.
Dar el pecho durante tres años seguidos
Esto ha supuesto entre otras cosas dormir con sujetador y dejar de llevarlos de aros y cazuelas, dos cosas que tampoco habría imaginado antes de ser madre.
Seguro que hay muchas más, pero cada vez que ha pasado una de estas cosas he pensado: “Si me llegan a contar antes de ser madre que yo iba a hacer esto, no me lo creo”.