Conciliación

El quinto largo

Mi salida de la zona de confort, rebautizada por mí mismo como zona de miedo, coincidió con mi nueva afición: nadar. Un hecho insólito en una persona como yo, que nunca ha estado en un cuerpo al que quiera volver.

Ese largo proceso de emancipación de mi anterior vida laboral ha estado lleno de sinsabores, todavía no finalizados. Sensación de lastre, pesadez, mentiras, engaño y en general sentimientos poco agradables. El hecho de ir a nadar dos veces por semana cuando se desató la tormenta decisiva ha sido como ir limpiándome por dentro y por fuera en cada brazada, en cada respiración. Una forma de renacer en el líquido elemento.

Este proceso de purga y sanación ha requerido de un estar conmigo mismo, al principio forzoso. Alejado del móvil que me esperaba en la taquilla silenciado, he tenido la oportunidad de pensar y de conocerme mejor por dentro y por fuera. He desarrollado técnicas propias para poder hacer más largos sin agotarme. Hasta para disfrutar haciéndolo. Me ha llevado meses, hasta que llegué a la idea central de este post: el quinto largo.

Comencé nadando apenas diez largos de piscina. Con una sensación de asfixia que, de prolongarse, me habría hecho abandonar. Hoy soy capaz de nadar treinta de forma habitual. En este aprendizaje he contado con la inestimable ayuda de mis aletas y mis palas. Que me hacen sentir ligero y poderoso y que aunque no forman parte de mí, hacen que mi experiencia sea mejor, sostenible en el tiempo y que el balance entre esfuerzo y disfrute sea positivo.

La primera analogía que encuentro es que cuando se produjo este cambio en mi vida, me encontré en terreno desconocido y aunque tengo un fuerte soporte familiar y de amigos, necesitaba encontrar gente nueva que me hiciera sentir acompañado y que me diera la sensación de que pertenecen a ese nuevo mundo al que acabo de llegar. Por el que ellos ya han transitado. Que sean mis palas o aletas, para que mi sensación de asfixia disminuya. El esfuerzo lo sigo haciendo yo, pero gracias a ellos las brazadas son más potentes y gratificantes.

Este cambio de hábitat tiene que ver con que he estado doscientos cuarenta meses de mi vida viviendo de la misma forma. Con respiración asistida.

Creo que esa es una de las claves. Salir de esa zona con la convicción adicional de que puedes respirar por ti mismo. Eso sí, contando con la inestimable ayuda de tus palas o aletas. En mi caso, mencionar especialmente a David Blay, uno de los maravillosos frutos que me ha dado colaborar con mamiconcilia y que me ha ayudado de forma decisiva a sobrevivir primero y después a comenzar a vivir en este nuevo y apasionante medio.

Sea el primer plano en todo caso para mi compañera de viaje, esa Esdrújula que siempre ha tenido la palabra y el silencio adecuados para mí.

¿Y el quinto largo?

Para hacer más sostenible mi nado y disfrutarlo más, he decidido que cada cuatro largos realizados, el quinto lo hago nadando de espaldas pero moviendo solamente de forma ligera las piernas. Un paréntesis relajado, de respiración profunda y una cierta meditación. A la que ayuda el agua que cubre mis oídos.

El quinto largo es un pequeño respiro en la rutina diaria. Olvidando que el trabajo equivale a sufrimiento. Sentir que la vida personal y laboral se pueden armonizar y que la prolongación de la asfixia suele derivar en desenlaces no deseados.

Ir a nadar es mi quinto largo. Ese respiro que me permito dos veces por semana para estar conmigo mismo. Para escucharme y escribir mentalmente un post como este.

Coge aire. Salta.

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