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Guisar con el pinganillo en la oreja – Manuel Morales García

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Manuel Morales García

Nacido en 1969

2 hijas (1994 y 2000)

Coordinador provincial IULVCA – Granada

(Fue Concejal de Granada seis años y Delegado Provincial de Fomento y Turismo de la Junta de Andalucía casi tres)

@manuelmoralesiu

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Cuando formas parte de una organización como Izquierda Unida, donde no somos políticos profesionales, lo de la conciliación hay que convertirlo en un arte. Al horario laboral se le suma el de compromiso con la organización (soy coordinador de una provincia con 171 municipios) y eso puede acabar con cualquier tipo de vínculo familiar si uno no se pone límites. No veo la tele, el ocio lo limito a actividades familiares casi en exclusiva y, por desgracia, hago menos ejercicio del que debiera, pero gracias a ello consigo no ser un padre ausente.

Mis tareas domésticas se reducen a la compra, la cocina y toda la burocracia familiar (impuestos, bancos, matrículas, multas, etc.) No es mucho, pero sí te exige estar en la casa con antelación al resto de la familia a mediodía, así como meterte en la cocina (o tenerlo todo previsto con antelación) a la hora de la cena. La verdad es que resulta muy estresante llegar con el tiempo justo, soltar la mochila con los papeles y el ordenador y ponerse a guisar para que esté todo listo a tiempo. Lo consigo un 80% de las veces.

Por medio llegan muchas veces llamadas urgentes (nadie entiende que no le cojas el teléfono a las dos y media del mediodía o a las nueve de la noche) y hace tiempo que utilizo el truco de guisar con el móvil en el bolsillo y el “pinganillo” en la oreja. Esto sirve para resolver la mayoría de las situaciones.

El principal problema es que los horarios de la participación política, acomodados a una larga tradición de exclusivo protagonismo masculino, no consideran la mera existencia de obligaciones domésticas o paterno filiales. Expresiones del tipo de «quedamos para comer» son de lo más habitual. Y resulta hasta incluso poco correcto contestar: “pues mira, no puedo, porque tengo que preparar la comida para mi familia”… aunque debo reconocer que a veces es una respuesta que doy con el tono de… «perdona ¿tu de qué planeta eres?”. En otras ocasiones son las reuniones obligatorias fuera de mi ciudad las que me impiden cumplir con mis funciones y al final la carga recae sobre mi mujer.

Cuando se acumulan jornadas complicadas con fines de semana de “trabajo” la situación se puede volver caótica si uno no anticipa con mucho tiempo las compras. La expresión “papá… si entra un ratón en la nevera se muere de hambre” ha sonado más de una vez en casa.

El apoyo en las tareas escolares (a mí me tocan las ciencias) se tiene que adaptar a horarios poco ortodoxos, pero sale adelante… lo que hago es reservar con algunos días de antelación las horas de dedicación como si se trataran de cualquier reunión o actividad «oficial» en la agenda y los compañeros, que ya lo saben, saben también que es inamovible.

No obstante, por mucho que uno quiera estirarse, hay compromisos en política que son incompatibles con la conciliación… hace tiempo que tomé la decisión de que mis prioridades estaban establecidas y que jamás aceptaría ni me presentaría a ningún cargo que me obligara a vivir en otra ciudad. No digo que sea lo correcto. Sólo lo es para mí. Desgraciadamente, la política, tal y como está diseñada es incompatible con la conciliación a partir de cierto nivel de compromiso.


Este testimonio es parte del proyecto #políticoconcilia. Si eres político o conoces a alguien que lo sea y quiera participar, invítale a hacerlo.

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