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Ritxar Bacete
Ritxar Bacete González
Nacido en 1973
Coach, Formador, Antropólogo, Trabajador Social, especialista en género y masculinidades, investigador, promotor de procesos de gamificación.
2 hijos Naia (2011 y 2014)
@RitxarBacete
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Siempre tuve claro que quería ser padre, aunque me pasé tantos años tratando de cambiar el mundo que casi no llego…¡Y menos mal!, porque la apuesta que he hecho de paternidad ha sido el cambio profundo que antes buscaba solo para el mundo.
Sin lugar a dudas, el Siglo XX fue el del cambio, el empoderamiento y la emancipación de las mujeres, y cada vez estoy más convencido de que el Siglo XXI será el del cambio en los hombres, hacia modelos y paradigmas más pacíficos, justos y cuidadores, que conllevarán beneficios, no sólo para nuestras criaturas, parejas o la sociedad en su conjunto, sino también para nosotros mismos.
Por fortuna, a pesar de que los ingredientes culturales que nos hacen ser lo que somos, los juegos con los que nos socializamos o los héroes que teníamos no apuntaban precisamente hacia una sopa igualitaria, la vida sorprende y hoy en día, aunque no fuéramos entrenados para hacerlo, somos cada vez más los hombres implicados de forma profunda y activa (con nuestras contradicciones y áreas de mejora) en la crianza de nuestras criaturas.
En muchas ocasiones me he preguntado sobre las razones de esta transformación en los hombres y en nuestras paternidades. En mi caso, mucho han tenido que ver mi ideología, desde la convicción de que todo es susceptible de transformación y mejora, y algunos aportes del feminismo como herramienta de análisis crítico sobre la construcción de mi propia identidad personal. Pero bajando a tierra, la relación con algunas mujeres “fuertes” ha sido decisiva. En los cambios que han vivido ellas, en sus expectativas y necesidades ya no caben hombres desempeñando roles tan limitados como los clásicos de las masculinidades hegemónicas. Sin sus demandas activas, estoy seguro que me hubiera acomodado mucho más (de lo que ya lo hago).
Para mí, la paternidad ha sido la experiencia vital más conmovedora, transformadora, contradictoria y radical que he elegido vivir. Si una de las hipótesis sobre la extinción de los dinosaurios se basa en la teoría de una variación radical en el eje magnético de la tierra, para mí la paternidad ha supuesto precisamente eso: la traslación de mi eje vital, mi ego, prioridades y prácticas desde mi ombligo a mis criaturas. En mi caso, esa variación en el eje vital no está exenta de contradicciones, dudas y desasosiego, aunque la vivencia de la experiencia del amor y el cuidado en estado puro me han conmovido y sin duda, también me han transformado.
A estas alturas de mi paternizaje, no dudo que tanto las maternidades como las paternidades activas suponen un desempoderamiento de quien las practica. El rol de la persona que cuida (independientemente de que sea hombre o mujer) conlleva (más allá de determinadas místicas) básicamente renuncias, ya que supone una dedicación completa y constante, en la que conciliar las otras dimensiones de la vida se ha convertido, en un concepto raro, incómodo e incluso contradictorio. Una de las experiencias que he sentido con un sabor más intenso ha sido vivenciar la impotencia que supone no poder estar en dos sitios a la vez. Conciliar supone un baile extraño en el que en demasiadas ocasiones los ingredientes tienen un mal maridaje. Para cuidar y criar tienes que estar presente en lugares comunes; la entrada del cole, la merienda, los juegos, los cuentos, las compras (en unos lugares), pero para proveer los bienes que hacen posible lo anterior, tienes que poder estar también y al mismo tiempo en jornadas, comidas, reuniones, congresos (en otros lugares).
¿Y cómo se puede resolver esta situación? De mil maneras o cada uno como puede, pero básicamente sobre dos estrategias: renunciando a estar presente en los espacios públicos o las cocinas del poder, con lo que conlleva a nivel económico y profesional, o bien seguir estando presente en estos ámbitos delegando en otras personas tu papel de cuidador y las responsabilidades implícitas. Para mí este es el mayor espacio de tensión y conflicto entre el rol de cuidador y el de proveedor. Instituciones como las guarderías o las abuelas suelen ser soluciones atractivas, aunque para muchos hombres (entre los que me incluyo) hay un recurso mucho más sofisticado y eficaz: delegar de forma suave y constante en nuestras parejas nuestra responsabilidad en los cuidados, apelando desde la excusología más sofisticada a su “natural” inclinación a los cuidados y empatías, a sus competencias cuidadoras…Y si esto no fuera suficiente siempre nos quedará recurrir al demoledor argumentario estructural: “cariño, con mi trabajo gano más que tú”.
No se si os pasará también, pero tengo la contradictoria impresión de que después de poner mucho empeño en trasformar los roles clásicos, volver a ellos se convierte en ocasiones válvula de escape (tan legítima como otras) para aliviar las tensiones que genera las difíciles ecuaciones que plantea la crianza en estos tiempos.
Para conciliar yo he optado por trasladar la oficina e incluso algunas reuniones a casa en la medida de lo posible; negociar los tiempos y dedicaciones con mi pareja; comenzar la jornada a las 5.45 (cuando me da el cuerpo), para que a la hora de ir al cole ya haya leído, revisado y respondido emails; en organizar los cursos o reuniones priorizando la agenda de la crianza; usar las nuevas tecnologías como aliadas; contar con la ayuda de una persona externa un día a la semana…Y está funcionando relativamente bien, eso sí, teniendo en cuenta que mi pareja trabaja a tiempo parcial fuera de casa y tiene una mayor dedicación que yo en los trabajos reproductivos y de cuidados.
Y puestos a ser honestos, me voy a poner nota: en lo que se refiere a la conciliación de vida familiar y profesional, me regalo un notable alto. Pero también hay que decirlo, suspendo en tiempo para la pareja y sobre todo en la conciliación conmigo mismo.