Tendemos, en demasiadas ocasiones, a etiquetar un status para asociarlo a una determinada palabra. Y parece que solo puede darse en una circunstancia concreta, lo que en muchísimas (demasiadas) ocasiones acaba limitando su potencial.
Obviamente, el verbo conciliar atañe a la familia. Al menos en una primera acepción. Pero, como en las entradas del diccionario, siempre existen más significados. Y, al igual que sobre el papel, cualquiera de ellos es igual de correcto.
Con 20 años estaba encantado (lo sigo estando, por suerte) con mi trabajo. Colaboraba en un programa de radio que se emitía a las 11 de la noche. Viajaba cada dos semanas por toda España retransmitiendo partidos de fútbol. Lo compaginaba con la carrera de Periodismo y con la oportunidad de escribir para una agencia. Y veía todo aquello como maravilloso. Sin duda lo era. En aquella época.
Sin embargo, muchos amigos y conocidos míos siguen anclados en esas circunstancias. Y para quienes lo viven, tener ocupado siempre un día del fin de semana, no poder quedar a comer o a cenar o cumplir horarios larguísimos cada vez se convierte más en una carga. Y no porque no disfruten haciendo lo que hacen, sino porque cerca de los 40 tus prioridades cambian tras haber vivido ya una serie de experiencias.
¿Por qué no puede trabajar desde casa un hijo cuya madre esta enferma y a la que podría cuidar sin necesidad de dejar de ser productivo? ¿Por qué los que no están casados o tienen hijos no tienen derecho a pedir salir cuando su labor está hecha para ir al gimnasio, tomar una cerveza con los amigos o simplemente tirarse en el sofá? ¿Por qué las empresas no se plantean contratar a personas en riesgo de exclusión social o tienen una incapacidad, que se matarían por su empleador y darían seguro un rendimiento óptimo? ¿Por qué hay mediciones de que el 90% de los periódicos online tienen su pico de entradas a las nueve de la mañana, cuando la gente entra a trabajar?
Que seas joven, tengas ganas de labrarte un futuro laboral, busques nuevas experiencias y quieras vivir todo lo que te ofrece el mercado no es óbice para que no tengas derecho a disfrutar de tu tiempo libre. Porque estamos en una sociedad que lo primero que te pregunta es ‘¿En qué trabajas?’ y no ‘¿Cómo vives?’. Y parece que haya que matarse en los primeros años de tu carrera para poder luego vivir como mereces.
Y mientras, las empresas se preguntan por qué no son capaces de atraer, o retener, talento joven. Por qué cada vez se fundan más startups. Por qué los nietos de compañías familiares de éxito no quieren coger las riendas de negocios prósperos. O por qué un sector de la población ya no compra sus artículos.
Pero así seguimos. Y lo que queda.