Por circunstancias de la vida, ayer coincidieron cuatro citas que no podía perderme. Me monté en los tacones a las 9:00 de la mañana, comí en diez minutos y volví a casa a las 21:00, justo para dar el beso de buenas noches a mi hijo, que no había querido acostarse sin verme. Me sentí una “mujer de éxito”.
Durante este día, excepcional para mí, no he podido evitar pensar varias veces que esta es la rutina de muchas familias. Entristecerme por la sociedad en la que vivimos y alegrarme por la decisión tomada de salir de la rueda y tratar de cambiar el mundo. Me he reafirmado en que yo quiero que en mi vida los días como ayer sigan siendo lo excepcional y confío en poder contagiar a mucha gente porque salir de casa a las 9:00 de la mañana y volver a las 21:00 no es vida.
Mi día de ayer
He empezado la mañana con una formación sobre reuniones eficaces en la que he aprendido mucho y he hecho contactos muy interesantes. Luego he tenido una reunión de venta con un futuro cliente. He llegado a casa con diez minutos para comer y poder acompañar a mi hijo al cole (esto ya es un privilegio si me comparo con la mayoría de las familias españolas). He tenido una hora frente al ordenador con la que no contaba que he aprovechado para revisar el mail. Después me he ido al evento institucional de celebración del décimo aniversario de Fundación Masfamilia en el Ministerio de Sanidad, igualdad y asuntos sociales. Y he rematado el día con una presentación de un libro sobre emprendedores sociales en el IE.
Durante esta última cita, he recibido un whastapp de Carlos preguntándome si me faltaba mucho porque el peque estaba molido. Todavía quedaba un rato y además quería aprovechar para saludar a varias personas interesantes que participaban en el debate. No me he sentido culpable porque para mí los días como hoy son una excepción pero no quiero ni pensar cómo me habría sentido si siguiera trabajando en una agencia de publicidad donde habitualmente nos daba esta hora en la oficina.
El éxito y sus consecuencias
Al llegar a casa, Carlos estaba agotado. La última hora con el peque despierto pero agotado había sido mortal. Muchos besitos, abrazos y sonrisas para intentar revertir la situación, mientras nos vamos a la cama. A los cinco minutos, el peque estaba roque.
Me siento a cenar. Carlos baja la basura. Al subir, me encuentra mirando el whatsapp y aprovecha para sentarse en el ordenador. Reclamo compañía pero él necesita su tiempo. Lleva toda la tarde ocupándose del peque. Pequeño momento de tensión en el que me acuerdo de todas esas madres o padres que se ocupan de sus hijos y de la casa en la sombra, mientras sus parejas se sienten “mujeres y hombres de éxito”. Y pienso, ¿cómo nos han colado que el éxito es pasar 12 horas seguidas fuera de casa, con extraños, renunciando a estar con nuestros seres queridos? ¿Por qué no se reconoce el papel de los que lideran la empresa doméstica (porque una casa es como una empresa con sus personas, sus tareas y sus cuentas). ¿Cuántas parejas y familias se han roto por situaciones como estas que se repiten un día tras otro tensando la cuerda? ¿Qué tiene que pasar para que cambiemos nuestra idea de éxito?
A mí tampoco me parece que eso sea tener éxito, francamente… para mí el éxito pasa por lograr un buen equilibrio entre nuestras diferentes vidas, ni más ni menos