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¿En qué momento dejamos de disfrutar de nuestros hijos? – Víctor Sánchez

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Víctor Sánchez

Nacido en 1972

2 Hijos (2005 y 2008)

Comercial

@vsanchez1972

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¿En qué momento dejamos de disfrutar de nuestros hijos? – (o cómo no llegar a ese extremo)

Después de leer apasionadamente el relato del primer libro de #papiconcilia del tirón, sentí la necesidad, de poner en palabras mi visión de la paternidad y de algunas cosas que llevo en mi corazón y que siento que no he compartido todo lo que me hubiera gustado con más gente sobre mis vivencias, mis sentimientos y mis esperanzas (así como mis frustaciones) con respecto a la paternidad. Con lo cual, qué mejor marco que éste para hacerlo. Así que, ahí va.

Mi nombre es Víctor. Tengo 42 años y dos hijos a mi cargo (de 9 y 6 años respectivamente, y para los que sientan cierta curiosidad, sí, tengo “la parejita” -☺-, lo cual añade un poco más de diversidad y emoción a la relación con y entre mis hijos –de momento, luego, cuando la niña crezca, veremos qué tal llevo eso de suplir la figura “materna”, jajaja-).

Con mi segunda hija no tuve la suerte de verla crecer, ni de disfrutar de sus primeros pasos, ni de las muchas cosas que de pequeños (de bebés) nos alegran tanto la vida, sobre todo, esos pequeños descubrimientos del día a día que van ocurriendo delante de sus pequeños ojos de asombro frente a un nuevo mundo que se va abriendo a su paso…

Pero sí recuerdo vívamente las dos primeras palabras que me dijo sin mirarme a los ojos, cuando un Guardia Civil me la entregó en mis brazos en el Aeropuerto de Barajas, después de luchar durante 3 largos e interminables años por la custodia de mis hijos: “Tengo miedo”…

Normalmente, los padres/madres están acostumbrados a que las primeras palabras de sus hijos sean otras, bien diferentes, mucho más cariñosas e ilusionantes, pero en mi caso, esas fueron las primeras que escuché de boca de mi hija (mi hijo mayor en ese momento ya convivía conmigo desde hace casi un año antes). Aunque bien es cierto, que esas mismas palabras podían haber salido en ese mismo momento de mi boca, porque supongo que la sensación de desamparo, el sentimiento de indefensión, de uno y otro (padre e hija) ante algo tan incierto eran muy similares en aquel momento. Pero eso no fue lo peor. Lo peor es la siguiente pregunta que te viene a la cabeza cuando, después de tanto tiempo en donde has invertido el 100% de todo tu esfuerzo en recuperar a tus hijos, te das cuenta de que no te has puesto a pensar ni lo más mínimo en cuál será el siguiente paso, cuando lo consigas. Y ahí surge la tan temida pregunta:

¿Y AHORA QUÉ?…………………………………………..

Lo primero. Toca mirar para adelante. El pasado, pasado está y lo que hay que hacer es luchar por el futuro, porque es el sitio donde vamos a pasar el resto de nuestras vidas…

Hoy en día, la conciliación profesional y familiar (y no digamos si la intentamos conciliar con lo “personal”), es muy difícil, tremendamente difícil, no hace falta que os diga cuánto.

Difícil cuando se tiene una pareja comprometida a tu lado. Imposible cuando eres tú solo el motor de esa familia tan pequeña (que, por cierto, y perdón por este pequeño inciso reivindicativo, creo que sería de una estimable ayuda que también en el caso de las familias monoparentales con dos hijos, fueran consideradas familias numerosas, que aunque no suponga un gran desahogo económico –no al menos como en otros países- sí por lo menos haría justicia a la particular situación de este un tanto abandonado “ente familiar”).

En mi caso, es indudable que he contado con la inestimable ayuda de mi familia, sobre todo de mis padres, a los que sin su apoyo esto hubiera sido literalmente imposible de conseguir.

Pero ha llegado el momento de iniciar otra etapa en solitario. Solos nosotros 3, en los que encontremos nuestro sitio, nuestro camino y nos enfrentemos a los problemas, nosotros solos (en la medida de lo posible lógicamente), con nuestra ayuda, con nuestro apoyo, y con nuestra ilusión en compartir todos los momentos que nos tiene preparado ese incierto futuro que ahí nos aguarda. Seguramente haya momentos muy difíciles, muchos momentos que nos superen, pero también habrá otros muchos recuerdos, de felices momentos que seguro recordaremos con cariño, y eso será una señal de que estamos haciendo las cosas bien……….

Y retomo la pregunta “pesimista” con la que iniciaba mi relato. O al menos la intento matizar.

La educación y los valores sobre los que se sustentan nuestros hijos van en función de las horas de convivencia que pasemos con ellos (algo que uno de los padres del primer #papiconcilia ya indicaba con acierto). En los colegios no van a hacer “nuestro” trabajo, porque no les corresponde. Es una función que nos corresponde única y exclusivamente a nosotros.

No dejemos llevarnos por la corriente. Cuando hablo y converso con otros padres en situaciones similares (conflicto de horarios, estrés, etc) me dicen que “es lo normal”, que es lo que hay en estos días en que no se pueden gestionar las cosas de otra manera. Pues yo me resisto a creer que eso es así. Y me niego a no sentirme ilusionado por nada que no me vaya a hacer feliz.

Así que, llegado a esta situación, yo he decidido bajarme del tren. De ese tren que me lleva a un sitio a donde yo no quiero ir. De ese tren que no me deja disfrutar del paisaje, que va tan rápido que apenas me da tiempo a estar quieto, sentado en mi asiento, porque siento que si me levanto me voy a caer. De ese tren en el que no quiero que vayan tampoco mis hijos.

Yo no quiero llegar a lo más alto profesionalmente. Ni necesito ganar muchísimo dinero para sentirme completamente realizado. Prefiero un horario flexible. Me gusta llevar a mis hijos al colegio, recogerlos, darles de merendar, acompañarles en sus tareas, prepararles la cena, y porque no, sentarme con ellos a ver un poco la TV antes de que se vayan a la cama. Y no quiero que esas cosas las haga otra persona. No quiero perderme todo eso.

Porque me sentiré muy feliz en mi trabajo, pero seguramente también muy cansado al llegar a casa, y por supuesto, no prestaré la misma atención a mis hijos ni el cariño hacia ellos saldrá de forma tan natural que si hubiera tenido un trabajo algo menos exigente.

Así que, toca reinventarse. Establecer un orden de prioridades. Tener claro el objetivo que buscamos. La clase de hijos que queremos tener. Buscarnos un trabajo que se adapte a nosotros. Muchos pierden el miedo, montan sus propios negocios, para depender (económicamente y en cuestión de horarios) de sí mismos y no de empresas más o menos rígidas, en donde si se te ocurre pedir un jornada reducida (y más siendo hombre y en según qué empleos) ya te relegan al montón de “trabajadores no lo suficientemente comprometidos”.

Hay mucho por hacer. Por supuesto. Y el camino es tremendamente tortuoso. Pero no hay esfuerzo que no tengo su recompensa. Y la recompensa en este caso es apasionante.

Mi hija antes de acostarse siempre me dice: “…Si te acuestas con la cara alegre, soñarás cosas alegres. Si te acuestas con la cara triste, soñarás cosas tristes…”. Yo he decidido acostarme todos los días con la cara alegre y espero que vosotros hayáis decidido lo mismo.

En vuestra mano está. Nunca llegues a sentir que tus hijos son una carga, un trabajo más, una tarea más a realizar a lo largo del día. Porque entonces estarás haciendo algo mal. Y tus hijos no se merecen eso. Y tú, por supuesto tampoco. Sed felices. Todo lo que podáis. Porque merece la pena.

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