Plantear la implicación del padre en la crianza humana es una necesidad urgente. Se podría decir, siguiendo las reflexiones del antropólogo vasco Enrique Freijo, que la implicación paterna es exigida por la naturaleza inmadura del ser humano en su nacimiento, una inmadurez que se va a mantener durante un largo periodo y que abre múltiples oportunidades de recibir la influencia de las interacciones sociales, que van a construir a cada niño y a cada niña como persona. El resultado final de ese proceso de humanización individual va a depender de la calidad de las relaciones que se establezcan con el entorno: una crianza de calidad requiere recursos y conocimientos y requiere también el apoyo y protección de toda la sociedad. La implicación del padre, que hoy en día se podría denominar como segunda figura implicada en la crianza para integrar las nuevas formas de familia, supone un logro cultural sobre la naturaleza biológica. La “fidelidad” del macho adquiere un sentido en beneficio de la seguridad de las crías, que son altamente dependientes.
Se puede plantear que dada la actual condición humana, capaz de los comportamientos más sublimes de solidaridad y, a la vez, de los comportamientos más agresivos y destructivos y todavía imperfecta, la inversión realizada en su crianza es insuficiente y debe ser mejorada; una mejor crianza redundará en beneficio del ser humano reduciendo la incidencia de los problemas de salud mental, de agresividad y destrucción entre humanos, etc. En este sentido, la incorporación del padre como un recurso de crianza ha sido identificada por la investigación como un claro factor protector para potenciar un sano desarrollo psicológico. La primera conclusión procedente de la investigación sistemática es que la implicación paterna tiene un efecto potenciador de todo el sistema familiar; no sólo tiene influencia por sí misma sino que fortalece todos los beneficios interactivos que provienen de otras figuras, como la madre o miembros de la familia extensa. La salud prenatal de la madre es potenciada por la implicación del padre; igualmente la implicación paterna apoya decisiones precoces esenciales para la práctica de la parentalidad positiva como son, por ejemplo, la decisión de no consumir alcohol durante el embarazo o la de alimentar al bebe por lactancia natural. De esta manera el padre contribuye a la creación de un “Equipo de crianza” que asume las tareas educativas y que potencia un desarrollo psicológico saludable.
Desde el punto de vista de la evaluación de la presencia en las familias de una correcta implicación paterna, el criterio fundamental es la constatación de la presencia de rutinas estables y significativas de implicación del padre tanto en la interacción cotidiana con la niña o niño, como en su implicación también rutinaria en las tareas domésticas. La manera más eficaz de conseguir en nuestra sociedad una mayor implicación paterna es conseguir que el hecho de ser padre sea un referente esencial de la propia identidad y autoestima positiva de los hombres; la vía para conseguir ese objetivo es que los padres reciban información sobre el altísimo impacto positivo que su implicación tiene sobre el desarrollo psicológico de sus hijos e hijas.
Enrique B. Arranz
Catedrático de Psicología de la Familia UPV/EHU