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Lactancia materna: un triunfo para toda la vida

El día 1 de agosto es el Día Mundial de la Lactancia Materna y hasta el 7 de agosto se celebra la Semana Mundial, con el lema «Lactancia materna: un triunfo para toda la vida», entiendo que parafraseando la «biblia» de lactancia materna, el libro del pediatra Carlos González, que se convierte en libro de cabecera para toda madre lactante.

Cuando oí por primera vez el título del libro, «Un regalo para toda la vida», todavía no era madre y pensaba que el regalo era para nosotras. Los primeros meses lo pasé tan mal, que no podía llegar a entender cuál era el regalo.

Tenemos una imagen idílica de la lactancia: madres que con facilidad y naturalidad dan el pecho en cualquier sitio, sin que les cambie la cara. Pero no siempre es tan fácil, y eso no se cuenta.

En mi caso, y supongo que en el de muchas más mujeres, mi subida de la leche coincidió con la llegada a casa. Nada más entrar por la puerta, el peque pide y no está el sillón con los almohadones al que me había acostumbrado en el hospital. No encuentro postura. Mi pecho no deja de crecer y el bebé no parece sacar nada. A las doce de la noche el dolor se hace insoportable. Me miro al espejo y me asusto. Tengo dos balones de futbito por pechos. Están duros como piedras. Decido irme a urgencias, sola, algo impensable antes de nacer nuestro hijo. Y mi marido se queda solo con la criaturita, que no para de llorar, entendemos que porque tiene hambre.

Por fin me reciben en urgencias. Cuando cuento lo que me pasa, el médico me mira como pensando «¡otra madre primeriza!», y me hace sentir estúpida. Me descubro y se le cambia la cara. Me examina y concluye que tengo una fuerte ingurgitación porque la leche no para de subir pero el bebé no ha tenido suficiente fuerza para abrir los conductos. ¿Solución? Pañitos de agua caliente y apretar y apretar hasta que empiece a salir leche. «Ya sé… duele mucho… pero no queda otra… que te ayude tu marido si no quieres provocarte una mastitis y tener que renunciar a dar el pecho».

Volví a casa llorando. Aquella noche fue horrible. Dolor y lágrimas son las palabras que mejor la resumen. Pero apretando y apretando conseguimos que saliera la primera gota que, empapada en una gasa, le ofrecimos al bebé. A la mañana siguiente, me recibió mi ginecólogo habitual: «Lo habéis conseguido. Los conductos se han abierto. Ahora es solo cuestión de tiempo y antiinflamatorios que este episodio pase». Fue nuestro primer triunfo.

En los meses siguientes hubo que hacer frente a muchas críticas y comentarios incómodos, pero el hecho de que el peque no parara de crecer sano, nos daba fuerzas para seguir, a pesar de las dificultades, que seguían existiendo.

Pasaron las 16 semanas de baja y empecé a disfrutar de la lactancia compactada pensando en incorporarme un mes después al trabajo. Y entonces empezó el mal trago del destete: papá le ofrecía su primera papilla de cereales, mientras madre e hijo llorábamos a moco tendido cada uno en un rincón de la casa.

Supongo que el hecho de que me invitaran a dejar la empresa fue otro triunfo para la lactancia materna. Las 16 semanas de baja y la hora diaria de permiso de lactancia, viviendo en un Madrid, o su acumulación, no facilitan llegar a los seis meses de lactancia materna exclusiva que recomienda la OMS. No facilitan la conciliación.

Nota: Mientras escribía este post he recibido noticia a través de twitter de una iniciativa que felicito, un tweet up con Aranzazu Fajardo, matrona del Hospital Vithas Xanit Internacional, que el miércoles 6 de agosto responderá dudas sobre lactancia en twitter con el hashtag #Xanitlactancia.

Con este post me sumo al Carnaval bloguero de la Semana de la Lactancia en el que ya han participado más de 80 blogs.

Pincha en el siguiente enlace para ver el resto de post sobre lactancia materna que participan en este carnaval:

 


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