[vc_row][vc_column width=»2/3″]
[/vc_column][vc_column width=»1/3″]
Fernando Fanega
Nacido en 1976
4 hijos (2 de 2003 y 2 de 2011)
Empresario, asesor legal en derecho del trabajo y seguridad social
[/vc_column][/vc_row]
Hace un par de meses nos pidieron para la clase de mis hijos pequeños un breve cuento en el que se contara cómo habíamos llegado hasta aquí: en qué ambiente están los niños, de dónde vienen y, ya a cosas más concretas, cómo nacieron los peques, el hospital, cómo fue, y las visitas de los abuelos y demás familia en los primeros días. En el momento de ponerme a escribir aquello, recuerdo que no podía conectar 2 líneas seguidas y al final tuve que cederle el ordenador a Elena y escribió unos párrafos realmente bonitos.
Decía algo así, mi versión de lo que recuerdo: “Erase una vez una familia que vivía en una ciudad muy grande, muy grande. En la familia había un papá, una mamá, una hija llamada Arantza y un hijo, Sergio. Los padres andaban todo el día ocupados de un sitio para otro, en el tren, en el metro, y en el trabajo, y así de vuelta. A pesar de que los padres querían mucho a sus hijos, estaban muy tristes porque no podían pasar todo el tiempo con ellos, y jugar y correr y saltar. Se iban por la mañana muy temprano y cuando llegaban era de noche y estaban muy muy cansados. Entonces decidieron mudarse a una ciudad más pequeñita, casi un pueblo, aún sabiendo de que podían ganar menos dinero pero ganarían más felicidad y tiempo con sus hijos… y así lo hicieron, se mudaron, y así podrían desayunar con sus hijos, llevarlos al cole, recogerlos, comer con ellos, ir a la piscina por las tardes, a patinar, a jugar al fútbol, etc. Ahora sí que eran una familia feliz, tanto que los papás pensaron en tener otro bebé, y los hermanos se pusieron muy contentos al saber la noticia y más contentos aún cuando el médico les dijo, que no solo iban a tener 1 bebé sino que serían 2. Y así, llegaron Adrián, un bebé regordete y muy moreno, y Jorge, un bebé muy rubio y canijo, con gran personalidad…” Y es cuando el cuento se complica y empieza a ser más… divertido.
Leyendo aquel texto, vuelvo a recordar aquella vida en el que todo giraba en torno al trabajo (y sus trayectos), saliendo a las 7 y media de la mañana y no volviendo hasta las 8 de la tarde, algo muy duro cuando se tienen hijos por mucho que los abuelos sean de gran ayuda y aporten tantísimo cariño y amor a los pequeños.
Volviendo, o más bien, iniciando la historia. Elena y yo teníamos claro que queríamos tener hijos desde que empezamos a salir y, en cuanto conseguimos independizarnos con seguridad, llegó la noticia. La idea que tenemos, yo creo que todos los que queremos ser padres, es que los niños vengan de 1 en 1, y no creo que entre en los planes de los que se plantean o planifican la maternidad estén los gemelos (quitando temas de tratamientos), y estas situaciones vienen sobrevenidas y te vas haciendo a la idea durante el embarazo. De esta manera, cuando la abuela de Elena nos advirtió “pues yo era melliza, así que ten cuidado” y se cumplió su augurio con la primera ecografía, nos vino el agobio por la responsabilidad y lo jóvenes que éramos.
Cuando, una vez que nos readaptamos a la vida familiar en nuestra casa tras el permiso de maternidad y vimos estos horarios totalmente incompatibles para llevar una crianza en la que fuéramos plenamente protagonistas como padres, y no casi como unos cuidadores secundarios o de fin de semana, nos dimos cuenta que teníamos que buscar soluciones. Encontramos algunas, en un trabajo más cercano para Elena, pero el mío todavía era en Madrid, con un trayecto de 1 hora desde casa y obligado a comer fuera.
Entonces, se nos encendió la luz. No creo que sea nueva en estas historias de conciliación familiar y laboral la idea del autoempleo y el emprendimiento empresarial, pero lamentablemente la legislación social y las políticas de conciliación creo que nos empujan hacia esto para los que queramos pasar tiempo con nuestros hijos. Pensamos que la mejor opción era hacer de nuestras profesiones una empresa, y que además nos permitiera tener una opción de teletrabajo, de hecho en mi trabajo yo prácticamente era independiente de mi jefe, que no tenía un gran conocimiento de mi área profesional, y delegaba y confiaba en mí prácticamente todas las decisiones que se tomaban en la empresa. De manera que tenía un conocimiento muy preciso de cómo se podría funcionar y mejorar lo que ya realizaba. Elena, por supuesto, me animó y finalmente pensamos que podría funcionar mucho mejor en un entorno económico más pequeño como el de un pueblo.
Una vez que nos mudamos, montamos la empresa, cuando ya conseguimos arrancar (a pesar de la crisis) y una vez asentada la empresa, pensamos en buscar un tercer hijo.
Pensar en un tercer hijo con un antecedente de mellizos no tiene que ser de valientes ni nada, como nos decían muchos, y más teniendo la “parejita” como también nos decían, sino era, al menos para mí, poder recuperar un tiempo perdido con mis hijos mayores que no pude disfrutar por aquella vida en Madrid. Lo normal suele ser que la posibilidad de mellizos de nuevo quede muy reducida, o sea casi imposible, y eso que se lo preguntó Elena al ginecólogo cuando se confirmó el embarazo, pero cuando le tocó con el mismo ginecólogo en la primera ecografía que confirmó la nueva noticia doble, no pudo otra cosa que reírse.
Después del nacimiento de los peques, Adrián y Jorge, y del escaso permiso de maternidad, tocó de nuevo reincorporarse al trabajo, pero esta vez ya era distinto: las riendas del trabajo las llevábamos nosotros, la empresa, el control sobre el trabajo y los horarios eran nuestros, las ayudas que necesitábamos para desarrollar el trabajo, también. Y ya simplemente teníamos que decidir. ¿Qué decidimos? Que estos niños no se nos escapaban y que la conciliación del trabajo iba a girar ahora sí alrededor de ellos, de los niños pequeños y también de los grandes.
Tampoco ha sido fácil porque la situación económica nos ha hecho tener que movernos y esforzarnos en la empresa mucho más para conseguir tener la estabilidad que nos permitiera esta conciliación. Y claro, este esfuerzo nos trae nuevos síntomas: el estrés y la ansiedad. El asumir y llevar nuestro trabajo, nuestra empresa, sin tener que retocar nuestros horarios (los privilegios que se consiguen no se revisan), el cómo encajar un trabajo de diez horas al día, en cinco, para luego seguir con otros “trabajos” no menos relajados… Lo ves imposible, al final acabas dedicando horas de sueño a tareas que no “puedes dejar para mañana”, con el ordenador delante mientras los niños meriendan o juegan a tu lado. A eso tampoco queríamos llegar… eso no es conciliación, es supervivencia.
Gracias a que viajo casi semanalmente a Madrid por trabajo, participo en el grupo de padres “Si los hombres hablasen…” que se reúnen cada dos miércoles en “La cocinita” de Chamberí, un descubrimiento total.
De entre las ideas que nos da este grupo, estaba el que se tiene que pedir ayuda cuando se necesita, que no somos superpadres que pueden con todo, que tenemos límites. No sé cómo hemos logrado sobrevivir casi 3 años pidiendo tan poca ayuda, bueno sí lo sé: acabando con crisis de ansiedad y con agobios de todo tipo. La ayuda puede venir, por ejemplo, de alguien que se haga cargo de los niños en un momento dado (abuela, hermana, niñera, etc.), o de nuevos medios para la empresa que permitan que nos podamos desentender de asuntos para estar presentes donde más creemos que se necesita. De esta manera, han llegado 3 personas nuevas que ahora nos ayudan con la empresa, con los peques en algún momento puntual y con las tareas de casa.
Para el curso que viene los mayores ya empiezan el instituto, con lo que cambian los horarios escolares. Ya hemos previsto en la empresa la adaptación de estos horarios, y hemos decidido que desde julio que empecemos con la jornada intensiva (de 8 a 15) se va quedar definitivamente este horario para todo el año. Es toda una revolución, sobre todo en un sitio como Écija en el que la competencia tiene una cultura del “presentismo laboral” y de la explotación horaria al trabajador que en algunos casos llega a lo cómico. Nosotros hemos visto, para nuestra trabajadora a tiempo completo también, que lo que no queremos para nosotros tampoco lo queremos para los demás. Es un horario que vendrá muy bien para conciliar nosotros, el cliente a la larga se acostumbrará, y nos permite tener a trabajadores contentos e implicados en nuestro proyecto. Ahora María (nuestra empleada) es joven, pero algún día será madre y quiero que encuentre el mejor ambiente o entorno para que pueda plantearse la maternidad y ningún obstáculo para que pueda conciliar.
Finalmente, nos damos cuenta de que los niños “nos hablan”: Los primeros hijos nos dijeron que no podíamos trabajar tantas horas, tan lejos, y tan poco tiempo con ellos, y los segundos nos han dicho que nos necesitan, que estemos con ellos el mayor tiempo posible, que algún día no muy lejano crecerán y ya no serán nuestros bebés, y eso no nos lo queremos perder.
[vc_button title=»Comparte tu testimonio» target=»_self» color=»default» size=»size_large2″ href=»http://mamiconcilia.com/comparte-tu-testimonio/»]
[vc_button title=»Descarga #papiconcilia» target=»_self» color=»default» size=»size_large2″ href=»http://mamiconcilia.com/papiconcilia/»]