He arrastrado mi pesada sombra por
tugurios y oficinas,
durante las remuneradas horas muertas.
El ego ajeno, incluso el propio,
se me enquistaron malamente
esta mañana, o esta tarde, no recuerdo
ahora mismo con exactitud-;
pero sí que estallé
en una agonía sin igual,
en un lamento tormentoso sin consuelo y silencioso,
en una pelea callejera de oficina sin cuartel,
que logré reprimir en un suspiro resignante...
Y yo ahora aquí, frente a tu cuna:
mi altar doméstico,
mi elixir contra soledades y penurias.
Ahora, como digo, mientras duermes,
desde que salí de casa mientras tu dormías,
te miro y sofoco las llamas de la rabia
diluyéndolas dentro de tus sueños,
para susurrarte desde mi penumbra,
que te he echado tanto de menos
y me duele tantísimo
perderte, tanto tiempo, cada día,
que, por ello, me he propuesto doblegar
ya no sólo las horas del trabajo,
sino también la tiranía de los egos,
su incomprensión,
y la codicia de propios y ajenos,
a fin de disfrutar (como ambos merecemos)
de tu compañía y tu consuelo...
Raúl D. Pomares Bermúdez
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