Estuve a finales del mes de marzo en un foro sobre marketing, finanzas y recursos humanos. Y debo decir que me sorprendió ver que, al fin, el trabajo por objetivos (del que ya hablamos en esta web hace muchos meses) está entrando en al discurso de las empresas.
Sin embargo, como siempre los parlamentos se basaban en que debería implementarse. Ahí casi todo el mundo estaba de acuerdo. Pero pocos (por no decir nadie) explicaba cómo hacerlo. Entre otras cosas porque no se ponían de acuerdo en quién debería coger el toro por los cuernos.
¿Es quien contrata, en base al perfil que busca o que le han pedido, quien debe orientar a la persona que se incorpora? ¿Son los mandos intermedios, correa de transmisión entre arriba y abajo, quienes están obligados a marcar el paso? ¿O, de una vez por todas, es el alto directivo el que tiene que establecer hacia dónde ir para todos los estratos laborales?
Ser jefe implica saber lo que otros no saben. Es decir, dónde se quiere llegar, cuándo hacerlo y qué negociaciones se están abriendo para ello. Eso significa que hay (debería haber) un plan para conocer dónde se quiere estar en un mes, en medio año y en 365 días. Y, en consecuencia, qué se necesita cada día, semana y mes para cumplir con esos hitos.
Rompiendo una lanza en su favor, aquellos que piensan que los máximos responsables siempre están de viaje, de comida, de reunión o encerrados en su despacho conocerán si van ascendiendo escalones que muchas de las oportunidades aparecen en esas circunstancias. Y que, en esas esferas, acaban siendo más importante las relaciones públicas que el trabajo propiamente dicho.
Es por ello que, al menos en España, debería desterrarse la imagen de que un directivo no hace nada. Y FOMENTAR que, de vez en cuando, lo hiciera. Alguien con esa responsabilidad no debería estar comido por las gestiones del día a día, porque puede tener que mirar hacia abajo constantemente y encontrarse con que cuando levanta la vista es tarde para enderezar el rumbo. Rollo Titanic.
Así que, al igual que abogamos por instalar duchas en las oficinas, rompemos aquí lanzas por los sofás en los despachos. Y su utilización. La visión, las ideas y la estrategia se consiguen pensando, no tecleando. Y el descanso, cada vez más, se evidencia fundamental en esta sociedad donde entre la vida social, la deportiva y la trabajadora llegamos reventados física y mentalmente a casa.
¿Qué quiere decir esto? Que cada jefe tendría que estar obligado a tumbarse al menos media hora al día y cerrar los ojos. Primero para quitarse de la cabeza todo el ruido de la jornada. Y luego, para pensar cómo ir hacia adelante. Porque su éxito será el de toda su gente. Y mantendrá (o aumentará) el trabajo de sus empleados.
¿Y qué tiene este discurso que ver con la conciliación, os preguntaréis? Pues es muy sencillo: en una empresa que te da objetivos, desaparece el horario. Si acabas tu tarea, deberías poder irte a casa. Si lo haces, podrás tener más tiempo para ti y para tu familia. Y, en ese caso, aunque te llegue una mejor oferta económica será difícil que decidas abandonar esa compañía.