Llegamos a casa y nuestro hijo coge una caja más grande que él que contiene una batería plegable de suelo. Nos persigue, manejándola con dificultad hasta que la desplegamos sobre el foam. Se arrodilla frente a ella, coge una baqueta de plástico en cada mano y comienza a golpear el suelo. De vez en cuando levanta la cabeza y nos mira buscando aprobación. No suena mal. Se levanta y camina sobre ella. Suena mucho mejor, más marchoso. Con las baquetas en alto, agita los brazos al ritmo de la música al tiempo que patalea sobre la batería de suelo. Su felicidad se contagia.
Cuando se cansa, se dirige hacia un pequeño piano de cola que le regaló su madrina. Le encanta subir y bajar la tapa, como si fuera el capó del coche. Bajo la tapa se esconden un montón de teclas que permiten cambiar de instrumento. ¿Teclas? ¿Quién quiere las teclas existiendo pequeños botoncitos?
Hoy no tocaba tocar el xilófono, pero también le encanta, especialmente una modalidad que inventó el abuelo Eduardo: se coloca el xilófono inclinado en el sofá y se deja rodar una bola.
En esta casa tocamos de todo: batería, piano, xilófono, guitarra, tamtan, las palmas…
¿Y vuestros hijos, también hacen sus pinitos con algún instrumento?