Un reciente informe del Foro Económico Mundial afirma que en los próximos cinco años los robots harán que desaparezcan cinco millones de puestos de trabajo. En opinión de algunos expertos sobre el tema esa cifra podría quedarse corta.
Es verdad que cuando unos puestos desaparecen, otros se crean. En el libro “Investigaciones” del biólogo Stuart Kauffman, encontré una frase que el autor atribuye a su amigo Brian Arthur: “Cuando apareció el automóvil se quedaron sin negocio el caballo, la calesa, el herrero, el guarnicionero y la Pony Express. El automóvil, en cambio, le abrió el camino a la industria petrolera, las carreteras asfaltadas, los moteles, los restaurantes de comida rápida y los suburbios de las ciudades”.
Con los robots pasará igual: aumentarán los diseñadores de robots, los programadores de robots…Hace unos pocos años nadie, ni el más visionario, soñaba con ser YouTuber o piloto de drones o videogamer. Nadie sabía que iba a existir YouTube, ni que unos pocos avispados iban a ser capaces de hacerse millonarios grabándose mientras juegan a su videojuego favorito; nadie sabía que iban a existir los drones ni que se iban a poder utilizar para fines pacíficos.
Para los matemáticos casi la única salida profesional era ser profesor…de matemáticas. Ahora el campo de la computación y del “big data” es uno de los que más profesionales atrae y la producción de matemáticos por parte de las universidades no da abasto.
Para trabajos rutinarios y fáciles de modelizar, hace ya tiempo que los robots han sustituido a las personas. En las cadenas de montaje de automóviles ya no se ve ningún Charlie Chaplin de “Tiempos modernos”. Los robots hacen ese trabajo con una gran calidad: no se equivocan, no se cansan y no hacen huelgas. Se alcanza un nivel cero de errores y una fiabilidad casi infinita. Son insustituibles.
O no.
Hace unos meses Mercedes Benz anunció que, para alcanzar el alto grado de personalización que exigen ahora sus clientes de los modelos más sofisticados, contará con más personas y menos robots. Para las series pequeñas y muy personalizadas resulta más rápido y más barato formar a los técnicos que realizan las modificaciones que reprogramar a los robots.
Otras tareas, como la atención telefónica que hace ya mucho tiempo realizan robots, son en muchos casos causa de una mala imagen de las empresas. Los casos más complejos siempre acaban derivados a personas, pero en otros, un mal entendimiento con el robot contestador acaba produciendo frustración en el que llama, lo que podría llevar a un cambio de compañía y unos costes superiores al ahorro que producen los contestadores automáticos. La tecnología de reconocimiento de voz y los avances en Inteligencia Artificial solucionarán más pronto que tarde estos problemas, lo que llevará a nuevas reducciones en el empleo.
Ahora se habla de Computación Cognitiva, que parece avanzar un paso más allá que la Inteligencia Artificial de tipo Turing. Ya no bastaría con reproducir máquinas o realizar tareas más o menos rutinarias, ahora también las máquinas podrían crear y aprender a partir de la experiencia.
La agencia japonesa de publicidad Dentsu, propietaria del grupo Aegis, anunció recientemente que cuenta con un equipo de creativos compuesto exclusivamente por robots. Al parecer han realizado ya algunas campañas de éxito, aunque no se plantean, por el momento, prescindir de los equipos humanos.
En el campo de la compra programática, donde los robots hacen la mayor parte del trabajo de planificación de las campañas, la tarea no estará completa hasta que se pueda enviar mensajes (creatividades) diferentes a cada una de las personas alcanzadas, en función de sus características. Si se producen miles, millones, de combinaciones posibles de esas características, ese trabajo sólo lo podrán hacer robots. ¿Irán los planificadores y los creativos al paro?
Otro campo que parecía vedado a los robots, el de la redacción de noticias para los medios, ya está siendo invadido y, en cuanto se perfeccione, puede enviar a miles de periodistas al paro.
Cada avance tecnológico destruye millones de puestos de trabajo. Es verdad que crea otros, pero el saldo suele ser negativo.
¿Cómo enfrenta esto una humanidad de tamaño creciente, con miles de millones de personas a los que hay que alimentar?
Mal.
Está claro que el problema no es de generación de alimentos. Las nuevas tecnologías en agricultura, en ganadería, en pesca, han conseguido que se produzcan cada vez mayores cantidades de alimentos.
El problema no es ese; el problema es el reparto.
Cuando, a finales del siglo XVIII, los telares a vapor enviaron al paro a miles de personas en Inglaterra (mientras los propietarios de los telares eran cada vez más ricos) surgió el movimiento de los luditas. Se dedicaron a destruir las nuevas máquinas para así evitar el creciente paro.
No tuvieron éxito.
Unos años después, ya a mediados del siglo XIX, surgió el marxismo: los medios de producción (las máquinas o, ahora, los robots) deberían ser propiedad del Estado y no privada. Estamos muy cerca del centenario de la revolución de octubre y en la mayoría de los países que lo probaron se da por fracasado el sistema comunista. ¿O no es así? El extraño experimento chino gana cada vez más terreno (China ya es el segundo país del mundo en casi todo) a pesar de que su PIB crezca ya “sólo” poco más del 6% anual. ¡Quién lo pillara!
Bien. Luditas no; marxismo tampoco. Pero ¿qué pasaría si todo el trabajo, incluso el de programar a los robots, lo hicieran robots? ¿Sólo ganarían dinero los propietarios de robots? ¿Se crearía una masa de miles de millones de hambrientos? ¿Los dueños de los bienes de producción tendrían que recluirse en bunkers fuertemente armados?
Parece que esa no es una buena solución.
Por si llega ese momento, que aún no está próximo pero que sí parece acercarse cada año que pasa, bien merece la pena que nos paremos a pensar en nuevos sistemas de reparto: del escaso trabajo y de los abundantes bienes producidos.
Si no hay que trabajar (si no hay trabajo para casi nadie, o sólo unas pocas horas para cada uno) tendremos mucho tiempo para dedicar a los nuestros. Nuestra familia, nuestros hijos, podrán contar con nosotros casi permanentemente. Sólo hará falta que, de alguna manera, las necesidades (y no sólo las básicas) estén bien resueltas.
¿El trabajo era un castigo divino o una forma de realización? Si era lo primero, estamos a punto de librarnos del castigo. Podremos tener jornadas laborales mucho más cortas y mucho más tiempo para ocuparnos de nuestra gente o de las actividades de ocio que más nos apetezcan.
Quizá en ese momento el problema no sea ya la conciliación.
Pero no se olviden del reparto.