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Uno más uno, ¿cuántos son?

Algo ha cambiado en mi interior desde mis últimas palabras en este hueco que todos los meses me cede @mamiconcilia para dar rienda suelta a mis ocurrencias paterno-creativas.

El último post lo escribí con una recién llegada a nuestra casa y vidas. Se llama Alma y hoy tiene dos meses y medio largo. Ella es la protagonista de estas palabras.

A medio camino es verdad que estuvieron mis palabras sobre cómo ser un Padre G, que armaron tanto revuelo que hasta uno de los Hombres Ídem se hizo eco de las mismas.

Llevo toda la vida analizando en clave de humor a través de mis monólogos, lo que supone nacer el segundo y coincidir en sexo con tu hermano mayor. Tienes diez veces menos fotos que él de tu infancia y cuando ves por primera vez una etiqueta en una prenda de ropa que vas a estrenar, preguntas… “¿eso qué es?”

La mayoría de la gente que conozco alega que van a por un segundo hijo para que el primero “no se quede solo en la vida”. Parece que siete mil doscientos millones de personas en un mundo cada vez más hiperconectado hacen un flaco favor a esa teoría. Pero reconozco que nosotros somos de esos. Con un matiz.

En realidad creo que lo que sucede es que vas a por el segundo con la esperanza íntima de conseguir “la parejita”; que viene a representar el equilibrio, el contrapeso, el yin y el yang. Pasado a limpio, que el segundo nace para entretener al primero y si cambia de sexo, mejor. ¿Quién no se imagina tomando una cerveza en una terraza mientras tus hijos se entretienen juntos?

Siento de verdad no ser tan espiritual y quizá sonar un poco frívolo. En mi descargo debo decir que Alma me está demostrando cada día lo equivocado que estaba.

Es verdad que el segundo nace con la inercia de que pisa terreno conocido para los padres, que aplicamos en cierta forma el piloto automático en algunas fases. Sin embargo, primero con la mirada y luego con sonidos guturales y sonrisas, tu hija va reclamando su espacio propio, su identidad, su trozo de corazón paterno y lees en sus pupilas… “mi hermano ha tenido suerte de nacer dos años antes, porque le van a hacer falta”.

A todo esto se me olvidaba que esto va de conciliación.

Es verdad que la llegada del segundo es superior a uno más uno. Esto se traduce en que ya no hay tregua. Cuando uno se ocupa de uno, el otro se ocupa del otro.

La idea de Equipo con tu pareja alcanza cotas que ríete tú de los ochomiles.

Cierto es que dependiendo de lo que le hayas inculcado a tu hijo “mayor” de tan solo dos años, las cosas se allanarán para hacer más fácil la llegada de la pequeña de la casa.

En nuestro caso nos vino muy bien que Óliver nos identifique a ambos como cuidadores igual de válidos. Me explico. Durante las dos noches de hospital tras nacer Alma, fue la abuela materna la que durmió con ellas. Mientras, yo bañaba a nuestro hijo Óliver, cenábamos juntos y nos íbamos a dormir. A la mañana siguiente al cole, como siempre.

Ese equilibrio. Esa polivalencia de papeles. Esa “no mamitis” y “no papitis” que muchas veces hace sentir un perverso bienestar a los que la provocan y reciben… han hecho de Óliver un elemento que suma y ayuda en la llegada de su hermana.

¿Pataletas, celos, pelusa, llanto desconsolado, mimos extra? Pues claro, solo tienes dos años.

Pero con esto ya contábamos.

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