Rafa Esteve
¿Por qué no has venido hoy a trabajar? – Preguntó mi suegro por teléfono.
¿Qué? – respondí bastante sorprendido. – Pues porque ayer nació mi primera hija, ¡tu nieta, vamos! …
Conciliar la vida familiar con la laboral en España puede ser una tarea complicada, pero si a eso le añades que trabajas en una empresa familiar, puede llegar a convertirse en una verdadera utopía.
Los hombres llegamos al día del alumbramiento, como quien dice, con una mano delante y otra detrás. Las mujeres van evolucionando durante los nueve meses de embarazo, su cuerpo cambia, a nivel físico y a nivel mental, pero nosotros, por mucho cursillo que llevemos a cabo y mucha revista que pretendan hacernos leer, seguimos siendo los mismo “frikies” de siempre, y en nuestras cabezas siguen teniendo una gran importancia los hobbies, los colegas, los deportes y todas esas mandangas que nos gustan a los hombres. De alguna manera, pensamos que el bebé cuando llegue, se irá haciendo su pequeño lugar entre todas ellas. ¿Cómo vamos a privarnos de nuestra partidita de los viernes? ¡Inconcebible!
Sin embargo, nadie nos hizo suponer lo que se nos venía encima. Nunca nos imaginamos que una cosita tan pequeña iba a suponerle tanta dedicación a dos personas adultas.
Las primeras semanas, te convences a ti mismo de que esto es sólo al principio, que con hacer un pequeño esfuerzo valdrá y en unos días nuestra vida volverá a ser la que era: trabajo, ocio, descanso… Luego, poco a poco, te das cuenta de no es así, vas comprendiendo que tu vida ha cambiado y que ya no puedes llegar a todo, el bebé os requiere a papá y a mamá de una manera insospechada, y te das cuenta, de que tú también lo necesitas a él. Es como si el bebé se hubiera cogido mucho más hueco en tu vida que el que tú le habías asignado desde un principio.
En mi caso, el gran error, que cometí como padre, fue tratar de enfrentarme a ello. Yo traté de seguir haciendo todo lo que hacía antes de que llegara el bebé: entrenaba al rugby tres días a la semana, trabajaba de lunes a viernes desde las 9:00 a las 19:00 horas y cuando llegaba a casa pretendía no perderme ni un segundo de la vida de mi hija. Los fines de semana, mi pareja y yo tratamos de seguir quedando con los amigos de la misma manera que lo hacíamos antes, por supuesto llevándonos a la niña a cuestas… Todo esto fue volviéndose en contra de mi salud, de tal manera, que un día, concretamente en un viaje del equipo de Rugby a Irún, mi cuerpo dijo basta; comencé, sin motivo aparente, a no poder respirar, las manos se me agarrotaron contra el pecho como un engranaje oxidado y rompí a llorar desconsoladamente… ¡Un ataque de ansiedad! dijo la doctora. Un ataque de ansiedad que me hizo ver las cosas de una manera totalmente distintas. Hasta que no asumí por completo que mi vida había cambiado, no paré de luchar contra mi entorno. Un proverbio chino dice que debes ser como el bambú que se dobla cuando sopla el aire. Yo intenté quedarme tieso frente a un huracán y terminé por partirme en dos. Hasta que no comprendí, que mis prioridades habían cambiado, vivía cada día en una constante frustración. Por ello, opté por amoldar mi vida a las nuevas circunstancias: Convencí a mi suegro para que me dejara reducir en un par de horas mi jornada laboral e incluso, poder hacer algo de trabajo desde casa. Decidí dejar de jugar al rugby en la liga territorial y me propuse entrenar sólo un día a la semana para no perder el contacto con el deporte y los amigos. Pero lo más importante que hice sin lugar a dudas fue decidir que lo que realmente quería era pasar el mayor tiempo posible del día con mi pareja y con mi hija en este momento de mi vida.
Me encantó este relato, tan sincero, que es inevitable no sentirse identificado. Al final, cualquier ocupación, hobby, pasatiempo, trabajo es menos importante que tu propio hijo y el cuerpo que es sabio te recuerda, para bien o para mal no, para bien siempre.
¡Gracias por tus letras!