Después de si trabajo en pijama, la segunda pregunta que más recurrentemente recibo en las charlas que a veces ofrezco es si no me siento solo sin compañeros de oficina.
Partamos de tres bases. La primera es que NADIE se lleva bien con todos sus colegas de curro. Nadie. Y, en ocasiones, se llevan hasta muy mal. Porque no los eliges, con lo cual tienes que comerte lo que viene.
La segunda, no soy un hacker de Nebraska de los años 80 con sobrepeso y acné. El teletrabajo no significa no salir de tu domicilio. Más bien al contrario. Lo que me está ocurriendo es que paso más tiempo fuera que dentro y tengo que optimizar el resto de horas entre mi ocio, mi mujer, mis dos hijas y mis clientes para poder equilibrar la balanza. A veces lo consigo y a veces no, todo sea dicho. Que no todo es maravilloso. Pero sí mucho mejor que estar encerrado en un sitio cuando has terminado tu tarea, te quieres ir y tu jefe no te deja porque no tiene vida.
Y la tercera la estamos empezando a ver cada vez más cerca. Muchos de nuestros trabajos los harán robots. Ya no es ciencia ficción. Está ocurriendo. Y eso significa que laboralmente seremos prescindibles. ¿Cómo tratar de imponer nuestra humanidad, difícilmente copiable en un algoritmo? Mediante las relaciones sociales. Donde en un cara a cara eres capaz de encontrar pequeños gestos indetectables para la inteligencia artificial pero que son diferenciales para ofrecer algo que una máquina no puede dar.
Decía que paso cada vez menos tiempo en casa. Y me ocurre porque quedo con muchísima gente cada semana. Como ya contamos en el post de Todos los cafés no tomados, hay muchos trabajos, ideas o sinergias que surgen de conversaciones con amigos, conocidos o simplemente colegas laborales. Porque no estás cada día con los mismos. E igual te puede aportar alguien experto en tu campo que otro de una especialidad radicalmente opuesta que te ofrezca un punto de vista al que no habrías podido llegar por ti mismo.
Por todo ello, derribamos de esta forma otro de los mitos del trabajo remoto. Y lo comparamos con el fútbol, que a nivel de símiles es fácilmente entendible para la mayoría de los lectores.
Hasta el Barcelona de Guardiola, uno de los mejores equipos de la Historia, tuvo que cambiar de piezas en su primer, segundo y tercer año. Mantuvo una base, sí, pero un 30% de los jugadores eran nuevos cada año. Esto, trasladado a la vida diaria, tiene un paralelismo sencillo: puedes ser la mejor empresa del mundo, con las mentes más brillantes, pero llegará un momento en que no os podréis aportar más unos a otros. Porque ya os conocéis demasiado. Porque os habéis acomodado. Porque habéis adquirido vicios difíciles de erradicar. O simplemente porque vuestros intereses, personales o profesionales, han cambiado.
Así que sí, salgo de casa. Mucho. Más incluso a veces de lo que debiera. Y sí, en ocasiones acabo de trabajar tarde. Pero la mayoría de veces es porque he sumado fuera más de lo que lo hubiera hecho dentro. O he sembrado. O me he despejado. O simplemente he acompañado a mi hija a jugar en el parque. Recordad: el horario ya no es lineal. Y esa, que parece menor, es la primera gran revolución que debe acometerse para dejar de sentirnos culpables por no pasar ocho horas, inútilmente, delante de un ordenador.