La última polémica viral ha sido el mensaje airado de una madre porque le quitan los juguetes a su hijo en el parque. Su decisión fue radical: a partir de ahora su hijo no va a compartir los juguetes. Más allá de lo correcto o no de la decisión, lo sorprendente es el eco que ha tenido con más de 200.000 me gustas y más de 220.000 compartidos.
¿Qué es lo que realmente gusta de esta decisión? ¿Rompe algún molde educativo? ¿Refleja un nuevo tipo de enseñanza? ¿O en realidad estamos obviando lo más importante?, que muchas veces la proyección de lo que nosotros pensamos o sentimos como adultos sobre un conflicto infantil pesa más que el conflicto en sí, lo que nos hace actuar inmediatamente como abogados de pleitos infantiles.
¿Quién sufre más y durante más tiempo cuando dos niños discuten en el parque, los padres o los propios niños? Sin duda, a un adulto le dura más un enfado.
Si hablamos un poco de cómo es un niño, generalmente hacia la edad de 5 o 6 años, coincidiendo con el paso a educación primaria, no sólo comienzan a socializarse y a tener en cuenta al otro, sino también a darse cuenta de que sus actos influyen y provocan reacciones en sí mismos y, por consiguiente, a sentirse avergonzados, enfadados, tristes o alegres por lo que hacen. Lo que supone que actúen avergonzados, enfadados, tristes o alegres, sin más. De ahí la necesidad de educarles en la gestión emocional y el desarrollo de estrategias de afrontamiento adecuadas y de habilidades sociales.
Así que, más allá de si es necesario enseñar a compartir o decir que no, como psicopedagogo y experto en inteligencia emocional, sólo cabe una respuesta: lo importante es cuándo y cómo hacerlo. Es fundamental diferenciar entre problema y proceso. Es decir, no es lo mismo intervenir en el momento del problema con una charla puntual y ya, habitualmente con exceso de emoción, que dedicar tiempo a enseñarle cómo afrontarlo.
Es normal que un niño quiera compartir o no sus juguetes, no pasa nada. ¿Por qué tenemos que estar continuamente encima para que lo haga o no? Insisto, muchas veces la proyección de lo que nosotros pensamos o sentimos como adultos sobre un conflicto infantil pesa más que el conflicto en sí, lo que nos hace actuar inmediatamente como abogados de pleitos infantiles. Por eso…
¿Qué hay que hacer?
Practicar en casa: Enseñar a tu hijo qué significa compartir o no, no sólo decirle lo que tiene que hacer. Lo importante es enseñarle qué significa y no lo que supone. No se comparte para quedar bien, ni hay que enseñar a los niños que todo tiene un fin y unos objetivos; eso es para adultos. El fin no es compartir. Compartir o no compartir no es un finalidad, es una elección.
¿Cómo hacerlo?
Lo importante es normalizar la relaciones humanas y su afrontamiento y dotarlas de contenido en función de las necesidades de un niño y no de un adulto. Habla con tu hijo cuando se sienta confiado y tranquilo, y abierto a la escucha y no sólo intervengas cuando hay un problema. Esos momentos de PADRE te van a ayudar a desdramatizar la situación y son además los que van a ayudar a tu hijo a no necesitar un abogado en el parque o en el colegio.
Es fundamental, por tanto, que un niño se enfrente a una situación con coherencia: Que no viva la situación con tensión, con indefensión o como un conflicto de ganar/perder porque su padre/abogado le sobreprotege y no sabe qué hacer o por qué su padre/capitánbuenrollo le trata como si la vida fuera de color de rosa y no pasa nada y hay que sonreír. Al final, si un niño hace algo por agradar a sus padres, no se está comportando como lo que es, un niño.
Así que, interésate por él antes de decirle lo que tiene que hacer. Antes de actuar por él, pregúntale: ¿Qué necesitas? Y, cuando te responda: CREELÉ y ayúdale a expresarse, no interpretes como adulto en función de tus valores y creencias lo que te está intentado decir.
Por cierto, si no sabe qué responder cuando le preguntas “¿qué necesitas?”, es que se lo tienes que preguntar más.