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El cuento de nunca acabar – Celia Ramón

Celia Ramón

Nacida en 1976
2 hijos (mellizos, 2010)
Periodista, community manager
@1parde2

Érase una vez una chica enamorada, de su marido, de la vida y de los mundos de Yupi. Una chica implicada, solidaria, reivindicativa, que trabajaba en el tercer sector para mejorar la sociedad. Érase una vez la historia de una infertilidad, un proceso in vitro, muchas ilusiones y, por fin, un embarazo gemelar. Érase una vez un par de bebés en un país muy cercano hace poco, muy poco tiempo.

Felices con su vida de cuento de hadas, esta familia de grandes ojeras y frecuentes llantos a dúo pero muchas sonrisas ignoraban que la terrible bruja «Crisis Piruja» iba a su encuentro. Ajenos a sus tejemanejes, pagaban su hipoteca religiosamente y planificaban cómo iban a atender a los mellizos cuando el escaso periodo de baja maternal del reino acabara. Las dudas y las culpabilidades venían a enturbiar la felicidad de esta recién estrenada familia; dejar con cuatro meses a los bebés en una guardería parecía una opción «cruel». Pero aunque los abuelos estaban muy animosos y dispuestos, cuidar a dos bebés de golpe ya era suficientemente duro para dos padres jóvenes como para dejar la carga a la abuela. Además, ser abuelo debe ser divertido, para mimar, y no una obligación y discusión va y viene sobre pautas de educación. Conclusión, la guardería era buena opción finalmente.

Todo ligado, quedaba que la feliz mamá presentara los churumbeles a sus compañeros de trabajo y pactara el día de la reincorporación. Quería pedir una reducción de jornada para llegar antes a casa gracias a un horario intensivo, para estar presente, para educar y mimar y disfrutar de su recién estrenada maternidad. Pero la bruja estaba a punto de entrar en acción.

– Te invitamos a irte para que con el subsidio de desempleo disfrutes de tu maternidad- dijeron. Y como los que viven en los mundos de Yupi no saben reaccionar ante tamaña desfachatez ni cuando acabas de tener hijos tienes el cuerpo para aguantar según qué, la madre gemelar del cuento se fue convencida de poder encontrar pronto un nuevo y flamante trabajo gracias a su extensa experiencia y formación.

Pero resulta que en el Reino, ahora dominado por la «Crisis Piruja», ser madre es más un defecto y un inconveniente que un valor añadido. Resulta que aceptar puestos de becaria no es factible. Que tener sueldos mileuristas, con suerte, de jornadas partidas larguísimas, no es viable (ni para el bolsillo ni para la vida emocional y familiar). Y claro, nuestra familia de cuento, de madre liberada y autónoma orgullosa de su trabajo, de hijos felices con papá y mamá presentes, entró en la parte oscura de este este cuento.

Hubo una epidemia en el Reino. De pronto, los amigos de la pareja, también padres recientes y con trabajos molones, sufrieron el virus de la madre despedida. Madres preparadísimas, con carrera, directivas, que habían dado todo en su empresa y habían ganado a pulso sus posiciones, de pronto se convertían en madre y pasaban a ser vistas como inútiles, un estorbo, una visión molesta. Las hubo relegadas a un rincón, las hubo despedidas a pesar de las leyes, las hubo puestas a trabajar ante un ordenador apagado ocho horas al día porque no aceptaron el despido… Sólo se salvaban del virus las madres vacunadas por el funcionariado. Y los padres, que parece ser que no pillan en virus de «tengo un hijo y como quiero verlo y disfrutarlo he dejado de ser un buen profesional».

Fueron tiempos duros en el Reino. Las madres veían truncadas sus carreras o bien habían de renunciar a una maternidad presente para rescatar lo poco que quedaba de su brillante futuro profesional. Las hubo deprimidas. Las hubo que optaron por dar un vuelco a su vida dedicándose a hacer pasteles, manualidades o montar una tienda. Las hubo que se lanzaron a estudiar. Y las que buscaron y buscaron y buscaron trabajo. La protagonista de nuestro cuento pasó por todas las fases. Y finalmente, aceptó que debía elegir.

Elegir ser una súper profesional o una súper mamá. Elegir entre pasar por el aro o enfrentarse a la bruja con uñas y dientes, sin esconder en las entrevistas de trabajo que sí, era madre, y sí, sus hijos eran importantes para ella y quería cuidarlos lo máximo. Porque la mamá decidió que si no plantaba cara y exigía la conciliación que se merecía, nada cambiaría, todo iría a peor, el cuento chino de la igualdad y la corresponsabilidad seguiría flotando en el aire pero cayendo como un castillo de naipes ante las narices de casi cualquier madre reciente.

Y en eso está esta madre gemelar de un país cercano y hace poco, tan poco tiempo como hoy día. Luchando día a día por conciliar, porque es una batalla que se libra en cada trabajo, ante cada compañero y ante cada propuesta de reunión tardía. Que se libra calendario en mano cuando se avecinan las temibles vacaciones escolares y días de libre disposición festivos que nadie más que los profesores tienen. Que se libra sin descanso con la ayuda de padres que llegan a su hora del trabajo blandiendo una sonrisa y muchos juegos en su armadura, abuelos que tienen bolsillos mágicos llenos de chuches y un reloj mágico que les permite estar en el lugar exacto y el momento justo cuando los padres no llegan, tíos que dan respiros a padres agotados sin momentos románticos, amigos, vecinos y canguros que acuden a salvar situaciones insuperables. Una batalla que se libra día a día y hasta el infinito de los tiempos (al paso que avanza el cuento).

Y colorín, colorado, este cuento sólo ha comenzado.

Epílogo:

Menos cuentos… La conciliación en este país es de chiste. De chiste de los de reír por no llorar. O de los de «mal de muchos, consuelo de tontos». Pero ahí andamos, erre que erre a ver si cabe en la mollera de los que opinan libremente y sin habérselo pedido que tus hijos son tuyos y son tú problema. Porque nadie te mandaba meterte en este berenjenal, apechuga con las consecuencias.

Porque claro, si resulta que ese alguien hace más horas extras que un reloj (sin más cobro que la esperanza de ser ascendido o por lo menos aguantar el puesto que la cosa está muy mala) y tú, madre, sacrílega, decides que vas a respetar tu horario cueste lo que cueste (porque te salen los críos del cole y está feo hacerlos esperar), si decides que renuncias a pausas café para rascar minutos y que no te miren mal (sigue haciendo la pausa que te miran mal igual y te la mereces), si optas por casi ni comer y por demostrar que cumples con creces tus objetivos en tu tiempo de trabajo, entonces, querida, el de las horas extras, tu amado compañero será el primero que ponga morros cuando digas que tú no asistes a reuniones a las siete cuando tu horario es hasta las cinco. Sólo se solidarizará contigo cuando se convierta en padre también, y para entonces puede que sea tarde. Mejor sería que nos aplicáramos todos el cuento de la conciliación y disfrutáramos de nuestros momentos. Conciliar no es sólo hacer virguerías y malabarismos imposibles para ser madre, profesional, amiga y amante sin morir en el intento. Conciliar también debería ser poder quedar con amigos, disfrutar de su conversación, ir al gimnasio y cuidarse, tener tiempo de leer o escribir o hacer el perezoso. Debería ser poder estudiar, progresar, descansar… Conciliar debería ser tener vida y ser persona más allá de nuestro trabajo, porque nuestro tiempo libre también nos define. Así que a ver si entre todos conseguimos un uso racional del tiempo. Y a disfrutar!

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