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Ana Orantos
Nacida en 1973
1 hijo (2012)
www.orantos.es
@orantos
Doctora en Ciencias de la Comunicación y la Sociología
Directiva y fundadora de AUDAZiA, People focused, una empresa conciliadora.
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Iniciativas audazes
Sigo el movimiento social #mamiconcilia desde sus inicios. Es fundamental alzar la voz y no dejar pasar; es la única manera de lograr que las cosas cambien.
Cuando era pequeña no entendía muy bien el discurso de la igualdad, a mí, que me fascina la diferencia. Muchos años más tarde, me di cuenta de que, a pesar de la evolución social producida por la incorporación de la mujer al mundo laboral, las cosas no habían cambiado demasiado. Un día, escuché en un seminario sobre empoderamiento femenino: “si pillo a la mujer a quien se le ocurrió que, además de trabajar dentro de casa, había que trabajar fuera, me la cargo”.
En realidad, no importa que trabajes dentro o fuera de casa, lo que de verdad importa es que quieras y puedas hacerlo y esa es, todavía, una asignatura pendiente.
Mi marido llegó ayer a casa y me dijo que, en el parque, coincidió con otros tres padres más y que uno les decía: “niños, venid aquí, os voy a contar una historia. Hace mucho, mucho tiempo… en los parques solo había mamás…”. En el colegio de mi hijo, todavía más las madres que los padres, a pesar de la anécdota del parque, son quienes recogen a sus hijos.
Me han dicho muchas veces que he tenido mucha suerte. Es una expresión que me llama mucho la atención. Suerte… en realidad, yo no creo en la suerte, tanto es así que no participo en nada que tenga que ver con el azar. Creo que la suerte y yo nunca nos hemos llevado bien pero, gracias a eso, tengo la vida que he querido tener.
Como decía al principio, es difícil entender una situación hasta que la vives. Cuando cumplí 30 años, trabajaba en una consultora con una plantilla, en un 98%, compuesta por mujeres. Tras los primeros embarazos empecé a observar algunas cuestiones que me marcarían para siempre: sentimientos de culpabilidad por quedarte o no quedarte embarazada, bajas maternales que se acortaban, permisos de lactancia que se obviaban, estrés por no llegar nunca… y, más adelante, el asunto continuaba: llevar a los niños a la guardería, los altos costes, pagar a una persona para que los recogiera… A mí no me salían las cuentas, ni las del dinero ni las del bienestar. Desde mi ignorancia, pregunté si merecía la pena, si no era mejor quedarse en casa.
A los 33 años me casé y, con la ayuda de mi marido, me animé a hacerme autónoma. La conciliación siempre fue un tema fundamental para nosotros. Trabajaba como asesora empresarial y, sobre todo, hacía coaching para directivos. Observando la preocupación común por la conciliación, diseñé un sistema que se llamaba, y perdonen la falta de creatividad, “Menos tiempo es más tiempo”. Así, con una previa formación en gestión del tiempo, organizamos las agendas para que todo cupiera de 8 a 4, de lunes a jueves (quitando una hora para comer y otra para hacer ejercicio) y la pusimos en marcha. Para los que querían conciliar fue una gran oportunidad, incluso lo fue para aquellos que trabajaban con ellos y para quienes eran ejemplo. En seis meses comprobamos que la productividad había aumentado. Yo también aprendí de la experiencia y me apliqué el sistema, y también mi marido que, por primera vez, le planteó a su empresa jornadas de teletrabajo. Habíamos ganado en calidad, teníamos más tiempo para estar juntos.
Mi hijo Ernesto llegó seis años más tarde de lo previsto. Con tiempo de sobra para planificarlo, nos habíamos planteado cómo queríamos que fuera nuestra paternidad. Mi marido consiguió pasar los dos primeros meses con el bebé y conmigo y acordamos que yo dejara de trabajar fuera de casa los primeros dos años de vida, por aquello de que era más sencillo, al ser autónoma y, porque si teníamos que prescindir de un sueldo, mejor hacerlo del mío, que era más bajo. Además, había una razón más importante: era mi deseo, y habíamos trabajado muy duro para hacerlo realidad.
Cuando Ernesto cumplió doce meses, y conociendo su satisfacción estando con otros niños, entró en el colegio. Nos gustó mucho el planteamiento que nos hacían, con un programa de Inteligencia Emocional muy interesante. Pude ir con él durante los dos primeros meses, hasta que, él mismo, me pidió que me fuera. Esas tres-cuatro horas que pasaba en el colegio, hasta que cumplió los dos años, me dieron para terminar mi tesis doctoral y empezar a pensar qué quería hacer con mi futuro profesional. Mi tesis doctoral versó sobre cómo los Medios de Comunicación no ayudan a la construcción social que tenemos de la Mujer, una ciudadana de segunda categoría, que debe trabajar dentro y fuera de casa y a la que le dan por todos lados, con sueldos más bajos y menos oportunidades.
Cuando Ernesto cumplió dos años, comencé a dar clases en un instituto que ofrecía formación para trabajadores. Personas, madres y padres que, dos días a la semana, recibían formación de 8 a 11 de la noche. Allí conocí a mi socio, un autónomo con los mismos principios que yo, y decidimos crear AUDAZiA, una consultora centrada en ayudar a mejorar a las empresas poniendo el foco en las personas. Sistemas de gestión por valores, gestión del talento y cultura empresarial son nuestros servicios esenciales. Hoy, AUDAZiA, tiene sede en las Islas Canarias y en Madrid. A nosotros se acerca gente con pasión, talento y cualificación porque quiere trabajar con nosotros. Tenemos, solo en Gran Canaria, medio centenar de candidatos de una valía extraordinaria. Exceptuado las citas obligatorias como reuniones o capacitaciones, cada uno puede organizarse el tiempo como quiera y puede trabajar desde casa, si lo prefiere. Trabajamos por objetivos, el presentismo laboral no tiene cabida y el bienestar de todos los que conformamos la empresa es indispensable porque, si precisamente nos dedicamos a ello, debemos ser ejemplo. Las madres y los padres tienen preferencia a la hora de elegir tareas, sobre todo si incluyen desplazamientos. Entre todos nos ayudamos y nos compensamos. Los viernes, nos reunimos tres horas en nuestra sede, en lo que llamamos Google time, un tiempo para pensar, imaginar y crear.
Mi marido ha ido negociando con su empresa demostrando que, si puede estar con su familia, su productividad y su bienestar son mayores. Ernesto va al colegio de 9 a 15:30. Los lunes y los martes le recojo yo y paso la tarde con él, los miércoles y jueves le recoge su padre y pasa la tarde con él, los viernes, sábados y domingos son para los tres.
Este, ni mucho menos, es el final de la historia. Hay mucho que hacer todavía para que se valore la vida familiar y el beneficio de las personas antes que el de las empresas. Pero puedo decir alto y claro que tengo una familia unida y feliz y un trabajo del que no necesitaré jubilarme.
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