Nos autoexigimos demasiado. Queremos ser los mejores en todo. No renunciar a nada. Hacer más de lo que se espera de nosotros y también más de lo que que podemos en el tiempo del que disponemos. Y cuando sentimos que no llegamos, perdemos un valioso tiempo y mucha energía en darle vueltas, en lamentarnos, en frustramos, en insultarnos… en definitiva, en castigarnos. “Soy un desastre, no llego a todo, debería estar con mi familia, debería estar trabajando, no veo a mis amigos…”.
Ni te castigues…
Es importante rodearse de gente que nos quiera y nos valore para que nos guíe para salir del bucle, que nos ayude a fijarnos en lo que sí hemos hecho en vez de en lo que se quedó pendiente y que nos recuerde todo lo que hacemos bien en vez de detenerse en lo que podría estar mejor. Para fustigarnos ya estamos nosotros, autoexigentes y perfeccionistas por naturaleza (ojo, no todos; cada uno sabrá si esta reflexión va dirigida a él o ella o no).
…ni te dejes castigar
Cuando mi hijo tenía seis meses y empezamos a introducir nuevos alimentos en su dieta además del pecho, yo empecé a recuperar poco a poco mi espacio y a concederme pequeñas escapadas en solitario. Recuerdo cómo más de una vez, al volver de mi retiro (y hablo de escasas horas), evitaba mi mirada. Estaba enfadado, me castigaba. A mí, que mi vida giraba en torno a él y que todavía tenía las hormonas algo revolucionadas, aquello me dolía en el alma.
Hoy, con tres años, lo sigue haciendo. Pero a su castigo ha añadido la palabra. Si una tarde le dejamos en casa de los abuelos, a pesar de que con ellos disfruta como un enano, al volver no es raro escuchar frases como “Ya no te quiero. Contigo no quiero estar. Estoy triste. Estoy enfadado. Quiero estar solo”.
Le tenemos mal acostumbrado. Le dedicamos todo el tiempo que podemos y podemos más que la media porque tenemos claro que nuestra prioridad son la vida familiar y personal, y hemos tomado determinadas decisiones vitales para conseguirlo, siempre que no nos falte para comer. Él no conoce otra realidad y como todavía no tiene la capacidad de compararse con sus amigos, no lo valora.
Aprendizaje y consejo
En estos tres años lo que ha cambiado es mi forma de tomármelo. Tengo la conciencia tranquila porque hago las cosas lo mejor que puedo y sé. Y de esto se trata, de llegar a tener la conciencia tranquila, de coger las riendas de tu vida y vivir la vida que quieres vivir. Y cuando llegas a ese estado, te castigas y te dejas castigar menos.