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“Calma” no es sinónimo de “Equilibrio”, aunque lo parezca

El equilibrio es necesario en el interior de cada uno, necesario también en una relación de pareja pero absolutamente indispensable en el interior de una familia.

Estoy bastante de acuerdo con el análisis que hizo Usúe Madinaveitia del spot de Campofrío Deliciosa Clama aunque he de reconocer que mi primera reacción fue la que buscaba el anunciante: identificación. Después: tristeza.

Es triste que las mujeres nos sintamos identificadas con estas frases:

“Hoy no llego a recoger a los niños al cole, ya está su padre para hacerlo, digo yo” o

“No le he hecho la cena a la niña pero no le va a pasar nada si se la hace su padre”.

El delegar una función que naturalmente debe ser de ambos ya es significativo. Los hombres no deberían ser nuestros suplentes, sino nuestros compañeros.

No creo que muchas mujeres se sintieran identificadas con una situación en un entorno diferente:

Un hombre y una mujer compañeros de trabajo y que ella diga:

“mira, como no me da tiempo a hacer tooooodo el trabajo de esta oficina a mí sola, hoy haz tú sólo una cosa”.

Campofrío expone un problema absolutamente real y les da a esas estresadas madres una fácil solución: un momento de respiro que pretende identificar con su producto pavo:

1. Que no se tiene que cocinar: no supone un trabajo extra a ese estrés.

2. Que es bajo en grasas: lo que incurre en una paradoja. Si en el anuncio proclamo “ya te digo yo lo que me importa recuperar la figura después del parto” pero como pavo, que es bajo en grasas y así no me siento mal, me viene a decir justo lo contrario.

Un momento de calma evadiéndote de la realidad no la cambia. No vivimos en una sociedad equilibrada, bien, pues ¡equilibrémosla!

Las parejas tienen auténticos problemas conyugales por asuntos como el reparto de las tareas domésticas y el cuidado de los hijos ¡Con lo difícil que es mantener el amor! ¡Con los grandes y complicados retos que plantea la vida en pareja! ¿de verdad vamos a desgastarnos con asuntos como éste? Máxime cuando está meridianamente claro: se reparte entre dos y listo, es lo justo.

¿En serio somos tan extremadamente egoístas que vivimos en un eterna huida de nuestras obligaciones? ¿que hasta con la persona que más queremos pretendemos jugar al escaqueo?

“No me apetece recoger esto, lo voy a dejar aquí que lo recoja mi pareja cuando llegue que yo ya he hecho mi parte” o “como es mi pareja quién sabe/suele hacerlo…”

¿Qué pasa con “no me apetece nada recoger esto pero me voy a salir un momento de lo que quiero para pensar en lo que querrá encontrarse mi pareja cuando llegue”. ¿Eso es sumisión o entrega?

Deberíamos empezar a dejar de escuchar a nuestras apetencias, nos convierten en auténticas deformaciones de lo que realmente estamos llamados a ser, bombardea nuestra familia, pone en fuga el equilibrio.

El dinero da valor a todo

En mi crítica al citado anuncio dentro de mi entorno cercano denuncié el que una serie de roles femeninos no apareciera en él, por ejemplo: el de las mujeres que cuidan de sus nietos o las que se han apartado momentáneamente de la vida laboral para dedicarse al cuidado de los hijos, a lo que una amiga me argumentó que esto se debía a que era un anuncio que trata sobre las mujeres y el estrés ¡Equilicuá! Las que están en casa no se estresan, no cobran, no trabajan. En nuestra sociedad, el dinero es lo que da valor a todo.

Y no es un problema de las mujeres sino de la actividad: el entregarse no está de moda, el ponerse al servicio de otros no dignifica, sino que degrada.

Hace tiempo hablaba con un amigo que se encontraba parado. Lógicamente estaba desesperado y con mucha incertidumbre, aunque económicamente sobrevivían gracias a que su mujer trabajaba mientras él estaba al cargo de los niños. Emocionalmente se encontraba muy mal y le dije: “Si tú estuvieras trabajando, ganado lo mismo que gana ahora tu mujer, y ella estuviera en casa, no estarías así. No es un problema de dinero fundamentalmente”. Y me dio la razón. Es un padre admirable (de verdad, de quitarse el sombrero), un esposo considerado y entregado, un ciudadano activo, presente en todas las causas justas. Pero el dedicarse “sólo” a eso (aunque fuera temporalmente mientras buscaba empleo de forma activa) le hacía sentirse mal.

En nuestra sociedad, altamente consumista y altamente egoísta, quien no cobra y además sirve a los demás está degrado. Y es cierto, degradado en esta escala de valores donde el yo impera, donde las prisas toman el control de nuestras vidas.

Los pequeños gestos cambian el mundo

La cuestión es: ¿puede haber otra escala de valores? ¿Y por qué no? Las grandes revoluciones nacen del hartazgo de la población a causa de una sociedad injusta. No se trata de que nos vayamos todos al campo a vivir de lo que plantemos, se trata de que no estemos envidiando interiormente al que lo hace. ¿Cómo? Pensemos en global pero actuemos en local: hagamos pequeños gestos, en serio ¡hagámoslos!

Hombres: no importa que vuestras mujeres sepan hacerlo todo en casa y tengan una conexión más íntima con vuestros hijos, incluso que ellas quieran ocuparse de todo, no lo permitáis. ¡Ésa también es vuestra vida! Esos son vuestros asuntos. 

Mujeres: no os conforméis con suplentes, luchad por tener compañeros, pero una lucha respetuosa – nadie cambia de la noche a la mañana – con mucha paciencia pero sin descanso.

Parejas: Dejad de sufrir a vuestros hijos y empezad a disfrutarlos.

Obligaros cada día a hablar  de esos temas, buscad el momento diario de hablar de vuestros hijos, de las cosas que han hecho durante el día, de en qué fase están, de cómo les podéis ir acompañando. De cómo se siente el otro, de qué pequeños cambios podemos introducir en nuestra rutina para mejorar nuestro día a día.

No se trata sólo de hacer más cosas o pasar más tiempo juntos, se trata de ser más conscientes, más reflexivos, quizá así encontremos el ansiado equilibrio. Ese equilibrio del que habla Campofrío  cuando dice “una sociedad equilibrada también ayuda a reducir el estrés”. En eso le doy la razón, toda la razón.

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