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Me hicieron elegir y elegí a mi familia – Nacho Caballero

Ha pasado año y medio desde aquel burofax que ponía fin a una relación laboral de veinte años. Toda una vida. Y en estos dieciocho meses me cabe otra vida entera por el cambio de óptica vital y profesional que he vivido.

El primer aprendizaje tiene que ver con entender las relaciones laborales como un hecho que se produce en condiciones de igualdad. Una persona paga un salario a otra a cambio de su trabajo. Nadie es más que nadie. Igual te suena un poco a ciencia ficción, sin embargo tengo la certeza de que llegar a esa convicción es la mejor forma de tener una relación sana con el trabajo y, eventualmente, con un jefe/a.

Yo no tuve la suerte de tener esa sana relación, porque durante años tuve que escuchar en tono condescendiente aquello de “porque tú cobras todos los meses ¿verdad?”, hasta que un día la respuesta dejó de ser un asentimiento y se convirtió en “es que si usted no me paga, yo mañana no vengo”. Aquel limón que se tragó mi interlocutor cambió el rumbo de mi historia profesional, con grandes consecuencias en mi vida personal.

El segundo de esos aprendizajes tiene que ver con la idea de justicia y el distinto uso que se hace de esta herramienta por parte de empresarios y trabajadores.

En este ámbito hablo de mi experiencia tras un despido sin finiquito, sin liquidación y sin ningún tipo de indemnización. Cero euros y muchas mentiras económicas. A partir de ese momento comencé un viaje en el que sigo embarcado y en el que he aprendido muchas cosas. La principal, que si la cara es el espejo del alma, los abogados/as son el espejo de sus clientes.

Lo que no son cuentas, son cuentos.

Es descorazonador sentir que, como en otras profesiones, hay una parte de la abogacía que se mueve en ámbito del trapicheo y las negociaciones de medio pelo incluso pasando por encima de los intereses de sus clientes. Hay otra parte de esa profesión que, afortunadamente, está compuesta por letrados/as que conservan intactos sus ideales, su pundonor, valentía y amor por su profesión. Yo he tenido la suerte de contar con este tipo de abogado.

El tercer aprendizaje tiene que ver con los falsos aliados. Personas que se acercan a ti con una intención que nada tiene que ver con lo que tú piensas.

Uno de los fenómenos más frecuentes que he vivido en este tiempo ha sido el de sentir que el interés de alguien por tu trabajo puede llegar a alumbrar alguna oportunidad laboral para ti. Nada más lejos de la realidad. En ocasiones la etiqueta de haber sido Director de una empresa durante veinte años hace creer a estos falsos aliados que pueden contar contigo como socios de su empresa o proyecto. No es una entrevista de trabajo como la que tú piensas, te están sondeado como posible inversor.

En el lado bueno de este fenómeno están mis Comando G (de Geniales). Gente que no aparece en los álbumes familiares, pero que me aportan mucho valor como personas y como profesionales. Desde hace meses, hago todo lo posible por tomarme un café a la semana con uno de ellos/as. Es una experiencia deliciosa.

De todo lo que he contado en este post, el mayor de los aprendizajes tiene que ver con la sensación de coherencia en relación a la paternidad. Óliver ya tiene cuatro años y Alma ya cuenta con su primer patito. Sentir que no me he perdido ninguno de los hitos vitales de nuestros hijos, porque las posibilidades de estar allí cuando han sucedido, han sido y son francamente elevadas.

En este tiempo he convertido mi convicción personal y laboral en mi profesión. Me siento orgulloso de ayudar a mis clientes a que sean capaces de hacer que los lunes y los viernes, dejen de ser enemigos irreconciliables. Que sean capaces de ver su vida como un todo que rema en la misma dirección.

Como dice mi chica: “me hicieron elegir… y elegí a mi familia”

FIN.

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