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Pactar con el Diablo

Una de las palabras más complejas a la par que bonita es la de «Coherencia». En ella se encierra gran parte de lo que decimos ser y de lo que somos en realidad. Cuando comencé a escribir para @papiconcilia no pensé que llegaría a escribir este post.
Antes de dar un paso adelante y defender con mis palabras la conciliación laboral y personal, por puro instinto, durante el nacimiento de nuestro hijo Óliver añadí 15 días de vacaciones a mi baja paternal. Todo ello, a pesar de que en mi empresa me lo echaron en cara en el salón de mi casa. Muy caro me salió el regalo que me trajo mi jefa a nuestro primogénito. En qué hora, que diría Marty McFly.
Dos años después, lejos de sentirme atemorizado hice lo mismo con nuestra segunda hija, Alma. Esta vez ya convertido en @papiconcilia y con una convicción mayor si cabe del ejercicio de ese derecho.
Durante ese mes de baja y vacaciones sentí una plenitud y una coherencia que iban a ser el germen de mi siguiente decisión.
El proceso no fue sencillo, no en vano este derecho lo ejercen menos del 2% de los hombres. Uno tiene que derribar temores, paternalismo ejercido por determinado modelo de autoridad laboral, buenismo envenenado que te dice que no hace falta plasmar nada por escrito. Tuve que deshacerme de todo eso antes de la gran decisión.
Cuando me reuní con mi jefe me enfrenté a los tres fenómenos antes descritos. Ni siquiera quiso ver el escrito formal en el que solicitaba la hora de lactancia para hacer compatible mi vida laboral. Es más, me dijo que sin tener nada por escrito, tenía autorización para hacer «lo que quisiera». He conocido pocas vías más rápidas que te inviten a dispararte en un pie. Ya tienes el título para esta escena: «Pactar con el Diablo».
Finalmente, remití mi comunicación en tiempo y forma a mis jefes aludiendo al beneplácito verbal recibido, con acuse de recibo y otras personas en copia. Llegó la confirmación de lectura, hubo llamadas de teléfono sobre el día a día, incluso conversaciones en persona. Pero ni una palabra sobre mi permiso de lactancia tácitamente concedido y esa comunicación firmada por escrito, convertida en incómodo testigo del simple ejercicio de un derecho laboral.
Hasta que volvió el espíritu del salón de mi casa.
Solamente habían pasado cuatro días desde que disfrutaba de este permiso cuando, en una reunión, la misma persona que me había reprochado el ejercicio de un derecho laboral en mi propia casa, me dijo en aquella sala de reuniones que con la que estaba cayendo yo me estaba cogiendo permisos de paternidad, horas de lactancia…
Estas palabras venían de una persona que presumía de no haber faltado nunca a un evento importante de su hijo en el colegio.
Esa es la diferencia, que mi hora de lactancia es para que nuestro hijo Óliver vaya al colegio cada día de la mano de uno de sus padres, mientras el otro cuida de nuestra hija Alma.
Matices.

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