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No nos convirtamos en integristas de la conciliación

España es tendente al revanchismo. Al blanco o negro. No hay apenas lugar para una escala de grises y dos ejemplos claros lo demuestran cada día más. 

A nivel futbolístico, uno es del Barcelona o del Real Madrid y luego están el resto de equipos (yo soy del Valencia). Pero, incluso en esas formaciones, uno debe ser anti barcelonista o anti madridista. No caben medias tintas. 

A un segundo nivel, mucho más triste, está la política patria. Las personas han votado dos veces (y a este paso serán tres) que no quieren un partido en mayoría. Que deben gobernar en coalición. Que tienen que ponerse de acuerdo. Y, a pesar de ello, PP y PSOE se han enrocado en el ‘conmigo o contra mí’. Quizá por eso el voto de Ciudadanos es tan volátil: ser capaz de pactar con ambas fuerzas no contenta ni a los acérrimos de la derecha ni a los de la izquierda. Y como consecuencia de ello sigue sin haber solución 300 días después. 

Viene todo esto al hilo de los (maravillosos) movimientos crecientes por la conciliación. La envidia de ver que Suecia reduce la jornada laboral a seis horas. Los artículos de El País diciendo que un fin de semana de tres días salvaría el planeta. Y la cara amable (hay otras) de los países nórdicos o las startup como Netflix donde las bajas por maternidad y paternidad son largas o incluso indefinidas. 

Y sin embargo, estamos comenzando a incurrir en los mismos errores que el resto. En los ataques en redes sociales. En desacreditar a quien da otras opciones. E incluso en amonestar a los que piensan diferente. 

Existe una verdad, aunque a muchos no nos entre en la cabeza: hay gente que no quiere conciliar. Que cree en la vida de sus padres y sus abuelos, donde hay que trabajar fuera de casa y eso compensa las ausencias con sus hijos porque lo están haciendo por ellos, para darles un futuro. En realidad, muchas de estas personas lo que no quieren es cargar con la parte menos buena, que es la de ocuparse de los niños y luego encontrar huecos para realizar sus tareas profesionales. Porque es mucho más cómodo así. Y siempre tienes la excusa de que alguien tiene que ganar el dinero que les pague la comida y el colegio. Aunque no deja de ser curioso que, una vez en la oficina, entre cafés, comidas, presencia en el gimnasio y reuniones están casi más tiempo fuera que dentro, con gente que debería importarle menos que sus vástagos. 

Pero dicho esto, que no deja de ser RESPETABLE porque cada uno educa a sus hijos como quiere, nuestro papel debe ser el de argumentar por qué todo será mejor de la otra manera. Por qué disfrutarán más personalmente, pero también laboralmente. Cómo serán capaces de ser felices a nivel familiar y de optimizar su rendimiento deslinealizando sus horarios. E incluso, ofreciéndoles un ejemplo con su generación superior, no inferior: cómo pueden cuidar a sus padres enfermos o dependientes trabajando desde casa. Algo que, seguro, si ocurre en el futuro estarán encantados de que hagan sus hijos. 

Por eso, no seamos como los hinchas del fútbol o los votantes inmovilistas de nuestro país. Por una vez, construyamos. Escuchemos. Valoremos. Respetemos. Y si luego, con toda la información, no quieren hacerlo, que no lo hagan. Pero que no se quejen dentro de 40 años de las consecuencias.

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