Analizábamos en el libro ‘¿Por qué no nos dejan trabajar desde casa?’ la realidad de la jornada laboral de ocho horas en España. Y no es otra que la escasa utilización de cinco de ellas de forma eficiente. Lo recordamos brevemente.
Al entrar nos hacemos un café y comentamos la serie de la noche anterior (-15 minutos). Encendemos el ordenador, descargamos el mail, hacemos las primeras tareas y nos vamos a almorzar (-30/45 minutos). Volvemos a trabajar y la última hora la usamos para consultar temas personales o redes sociales (-60 minutos). Después de comer, nuevo café para despejarnos (-15 minutos), trabajo intenso sin interrupciones y nueva última hora ‘muerta’ por haber finalizado nuestras tareas.
Son muchísimos los artículos que en los últimos tiempos vuelven a hablar del presentismo, de sus alternativas y de los (escasos) modelos de empresas que apuestan por la conciliación, no sólo para hacer más felices a sus trabajadores sino también como modo inequívoco de aumentar su productividad.
Dos de ellos son especialmente sintomáticos: el hecho de que la ciudad de Göteborg esté implantando una jornada de seis horas para sus funcionarios y que Netflix vaya a otorgar permisos indefinidos de maternidad y paternidad.
Situándonos en el mundo ideal al que pretenden acceder #Mamiconcilia y #Papiconcilia, nos hacemos una sencilla pregunta: ¿qué podríamos hacer con tres horas más al día, sabiendo que en las cinco restantes hemos demostrado ser sobradamente productivos?
Pongamos un ejemplo basado únicamente en los postulados del movimiento: ganaríamos una hora para dejar y recoger a nuestros hijos en el colegio, sin los agobios de tener que dejarlos antes por no llegar a la oficina. Dependiendo de si estuviéramos cerca o no, podríamos incluso plantearnos comer con ellos en casa. Pero, dejando de lado algo que puede parecer complicado en grandes ciudades, las dos horas restantes nos darían tantas posibilidades como hacer deporte, leer, descansar, visitar a algún familiar, hacer la compra para dedicar el tiempo que usábamos para ello a nuestros hijos o incluso mejorar nuestra formación.
¿Alguien duda de que, en estas circunstancias, acudiríamos más motivados a trabajar, estaríamos más identificados con la empresa y ello supondría un beneficio mutuo en los tiempos del ‘burn out’ y la fuga de talentos?
Pues sí, alguien lo duda: los ‘empresaurios’ que siguen presumiendo de trabajar más horas que nadie. A ellos va la cuestión que cierra este post: ¿cuando llaman a un fontanero, quieren que le arregle la tubería rápido o que se pase una jornada entera analizando las posibles soluciones?
Pues eso.