Laura Rivas Rivas
Nacida en 1968
Licenciada en Bellas Artes
2 hijos (2007 y 2009)
Sobrevivimos a pesar de la Administración
Este movimiento comienza con una afirmación positiva: “Mami concilia”, pero… ¿Qué sucede si Mami no logra conciliar? Esta es la historia de los últimos 5 años de mi vida.
Cuando me separé, mis hijos tenían 2 y 3 años y yo superaba los 40. Mal asunto. Cambié mi residencia desde un pueblo de Galicia, a una pequeña ciudad de León, Bembibre. Hasta el momento, aunque había trabajado de manera discontinua, mi principal actividad había sido la de ama de casa, ayudando a mi marido en su propio trabajo y restaurando la propiedad que habíamos comprado; por lo tanto, mi experiencia laboral justificable, quedaba muy lejos en el tiempo.
En Bembibre, mi hija mayor comenzó la Escuela infantil y el niño me acompañaba en su carrito por mi inútil periplo por la Administración local. Lo primero que pregunté fue si existía alguna asociación de mujeres o de familias monoparentales, enfocada hacia la integración y el auto empleo. No había. Dado el hecho de no tener familia que me ayudara con los niños, mi edad, la crisis, que por entonces ya asomaba el hocico, y los horarios irreconciliables de trabajos y Escuelas, sabía que mi camino estaba en el emprendimiento personal. Pasé por cinco orientadores laborales, funcionarios del Estado supongo, cuya función parecía limitarse a enseñarme cómo hacer un Currículum Vitae en internet. Mi “perfil” parecía no encajar con sus tópicos: Licenciada en Bellas Artes, con manejo fluido de las herramientas informáticas, inglés aceptable, víctima de violencia doméstica. El Currículum estaba correcto, así que me dieron una lista de las empresas de la provincia de León para que les preguntara si necesitaban una empleada. Como respuesta a mi inquietud por el emprendimiento personal, me ofrecieron subvenciones. Pero yo pedía orientación, no dinero, y no porque me sobrara.
En otra Administración, cuya razón de existir nunca he comprendido, pero ese ya es otro tema, el Gobierno Comarcal del Bierzo, me explicaron que para acceder a cualquier tipo de orientación técnica o consejo alrededor de un emprendimiento lo primero que debía hacer era darme de alta como Autónomo. Lo descarté, porque no hubiera podido cumplir con los pagos sin saber siquiera en qué aplicar mi energía emprendedora.
También pasé por una Oficina de Orientación del Ayuntamiento de mi pueblo, de donde saqué la mala idea de realizar algunos cursillos en conocidas Academias cuyas bolsas de trabajo aún no he encontrado.
Sabiendo que estaba sola, aunque la cantidad de funcionarios y oficinas públicas que conocí pudieran desde fuera causar una impresión diferente, me lancé a abrir una tienda en la red, con dropshipping. Soy partidaria de usar nuestro bellísimo idioma, pero la verdad es que no sé cómo se llama esta modalidad de negocio en español. Se trata de ofrecer el catálogo de un mayorista, pero sin haber comprado la mercadería. Al recibir un pedido, es el mayorista el que lo envía, siendo el margen de ganancia menor.
Mientras tanto, después de unos dos años de “pelearme” con la Administración, conseguí, porque la ley así lo permitía, una renta garantizada de ciudadanía; unos 580 euros, creo, con la que sobrevivíamos los niños y yo, pagando 300 euros de alquiler. El padre, para ese entonces, había comenzado a pagar la pensión de alimentos, de 260 euros en total, para ambos niños. La tienda iba mal; el plan era crecer, ingresar más y darse de alta como Autónomo, pero no llegaba al límite mínimo, y una inversión en publicidad en esa situación era un lujo que no podía permitirme. Así que, cerré la tienda virtual y busqué en todas las Asociaciones que hablan de la mujer, la conciliación, la violencia de género, y cuyos nombres llegaban a mí. Sentía que tenía mucho que decir y mucho que ofrecer, una gran creatividad y fuerza de voluntad, pero no encontré nada concreto, ni espacio para expresarme. Las Asociaciones te respondían con direcciones de internet en las que seguir buscando información o se guardaban mis datos para llamarme si surgía algo, algo que jamás surgió. Busqué el trabajo a través de la red pero, incluso en las Agencias de colocación, me miraban como si fuera extraterrestre. También intenté irme a un pueblo que pidiera niños en edad escolar, a cambio de un trabajo para mí; daban la bienvenida a los niños, pero no había trabajo disponible…
Un día llegó una carta de la Oficina de Empleo para un trabajo subvencionado por la Junta de Castilla y León, justamente para los parados de la zona. Para entonces, mi hijo pequeño ya había comenzado la Escuela primaria, igual que su hermana, y ya no me acompañaba a hacer trámites. La vida se había ido pasando…
El horario del trabajo era de 7.45 a 15.30 o 15.45, aproximadamente (es posible que me esté equivocando con el horario de salida, pero no por mucho), a desarrollarse mayormente durante las vacaciones escolares de verano; iba a iniciarse a mediados de mayo y concluiría en octubre del mismo año. Y aquí va lo desesperante: el horario de la Escuela era, y es, de 9 a 14, con posibilidad de ampliarlo pagando los servicios de Madrugadores, de 8 a 9, y el Comedor, de 14 a 15. Los servicios pagados de Madrugadores y Comedor se suspenden un mes antes de acabar el curso escolar y suelen iniciarse un mes después de comenzar. Por lo que estaba a 15 días de quedarme con el horario normal de 9 a 14 y a mes y medio de iniciar el interminable período vacacional. No es que esté en contra de las vacaciones escolares pero, cuando se trata de conciliar horarios de estudio infantil y de trabajo adulto, las vacaciones, en vez de representar un reencuentro familiar, aquí en España, se tornan un problema, al menos, para todos los que no contamos con abuelos que hagan de canguros. Por cierto, para contratar una canguro, no me cerraban las cuentas, así que, intenté explicar esta realidad. Entonces me di cuenta de que no cabía ni estaba contemplada una explicación por mi parte. Inmediatamente, los Servicios Sociales de la Diputación de León, suspendieron la Renta Garantizada de Ciudadanía, con una carta vergonzosa que rezaba literalmente “las cargas familiares a que alude, no se configuran como un obstáculo insalvable”. Bueno, “el obstáculo insalvable” eran dos niños de 6 y 8 años en ese momento que supongo que los Servicios Sociales de Castilla y León esperaban que dejase uno al cuidado del otro. Contra la arbitrariedad de un funcionario, o una oficina, presenté el correspondiente Recurso de Reposición, algo que por norma ha de resolverse en tres meses. Sin embargo, llevo más de seis meses esperando una contestación, y según los Servicios Sociales locales, la demora es normal.
En mi caso, la conciliación no fue posible. Sobrevivimos a pesar de la Administración, que, aunque exige un cumplimiento a raja tabla de sus normas, no predica con el ejemplo; sobrevivimos a pesar de la Administración, que promociona de palabra la incorporación de la mujer al ámbito laboral y el micro emprendimiento pero no lo facilita, ni muestra voluntad para promover una conciliación laboral auténtica y verídica. ¿Y yo? ¿A quién me quejo? Si tanto el horario laboral como el escolar proceden de la misma Administración autonómica…
Y luego se extrañan de que Castilla y León envejezca y muera de soledad; no es raro, cuando la más muerta y vacía de ideas auténticas es la propia Administración…