Darío tiene 12 años y quiere jugar al fútbol, pero no puede, no le queda tiempo entre el horario escolar, los deberes y las clases particulares de Inglés (a las que debe asistir ya que sus padres no pueden ayudarle en esa asignatura).
Todos conocemos casos como éste, pero el día a día de los adultos no difiere mucho.
Nuestra sociedad nos tragonea, nos ha enseñando a doblegar nuestra voluntad a sus exigencias, sus ritmos, sus valores y sus intereses y en consecuencia, también a nuestros hijos.
¡Que levante la mano quién se sienta dueño de su vida!
No, no lo somos y nuestros hijos tampoco.
Nuestra sociedad produce y consume con auténtica voracidad. Nos etiqueta. Somos sus productos. Nos dice que ese producto denominado bebé necesita: un biberón cada cuatro horas, dormir doce horas diarias y a partir de los cuatro meses, la socialización. O más comercialmente, “estar con amiguitos”.
Pero ¿qué nos dicen los expertos, los más reputados pediatras, neurólogos, pedagogos y maestros? Que hasta los seis o siete años los niños no están maduros para empezar la educación formal.
Que en ese periodo sólo necesitan crear su vínculo afectivo con su familia para afianzar su autoestima y jugar libremente para que se vayan completando las conexiones cerebrales.
¿Y qué nos dice el fabricante? es decir, sus padres.
Que el niño necesita estar con ellos y ellos con él, pero no puede ser.
Podemos llegar a la luna, pero no podemos llegar a casa a tiempo desde el trabajo porque tenemos que hacer sentir en nuestra empresa que es lo primero, cuando realmente no lo es, ni lo debe ser. Quien, en su lista de prioridades, tiene arriba del todo el trabajo sufre una dolencia psicológica que se llama “adicción al trabajo”. Por tanto, si nuestra profesión no debe ser lo primero, y obviamente tampoco lo último, ¿por qué se fomenta precisamente lo contrario? Interesa económica y políticamente.
Nos asemejamos a los ratones que no pueden salir de la rueda. Todos, los que tienen hijos y los que no. Los solteros también tienen derecho a tener vida después del trabajo, al igual que los que están en pareja y los que tienen hijos o mayores en su vida (que no “a su cargo” ¡qué horrorosa expresión!).
Es una cuestión de prioridades: necesitamos dinero para vivir, necesitamos un empleo; pero también necesitamos vivir y dar vida.
¿Por qué tiene que ser incompatible?
Porque vivimos en la sociedad del hacer más que del ser y del tener más que del vivir.
Se habla de conciliación: los padres se quejan, los niños se estresan, los abuelos se enferman. Se hacen programas de televisión: “Salvados” lo trató ampliamente haciendo la comparativa con Suecia y Jesús Cintora, dedicó su segundo “A pie de calle” a los deberes.
Pero los políticos siguen proponiendo como medidas para conciliar justamente todo lo contrario; las dos fundamentales son:
1. Educación pública de los 0 a los 3 años. Las guarderías son un instrumento necesario para los padres que trabajan, pero son totalmente innecesarias para los hijos. Incluso, la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria recomienda la no asistencia a estos centros al menos hasta los dos años.
2. Ampliación de los horarios escolares para asemejarlos a los laborales. Voy a repetirlo que no tiene desperdicio: ¡ampliar los horarios escolares para asemejarlos a los laborales! ¿No hemos quedado que los niños no trabajan? Al menos, no los del primer mundo. ¡Anda, ya, qué exagerada! Ir a clases no es trabajar. ¿Ah,no? Dile eso al maestro, que lo suyo no es trabajar ¿En ese caso, sí? ¿Trabaja más el que da el conocimiento o el que lo recibe? Si ambos hacen bien sus funciones, ambos trabajan.
Señores políticos, los niños son ciudadanos sin derecho a voto pero, como bien saben, tienen otros derechos reconocidos por la Declaración de los Derechos de los Niños y estas medidas que proponen en la mal llamada conciliación, no lo respetan.
La citada declaración reconoce que:
[quote_box_center]“Cualquier decisión, ley o política que pueda afectar a la infancia tiene que tener en cuenta qué es lo mejor para el niño”.[/quote_box_center]
En las dos propuestas que ustedes hacen lo que tienen en cuenta son las necesidades laborales.
Los bebés no necesitan ir a una guardería (ni pública ni privada) y los niños mayores tampoco necesitan que se les amplíe el horario escolar.
No es necesario para su desarrollo intelectual, cognitivo, ni social. De hecho, como hemos visto en el caso de la guardería, es incluso perjudicial para su salud.
[quote_box_center]“Los menores de edad tienen derecho a ser consultados sobre las situaciones que les afecten y a que sus opiniones sean tenidas en cuenta”.[/quote_box_center]
Hoy por hoy, los niños no tienen ningún control sobre su vida, no tienen tiempo de ocio del que disponer, ni tiempo para jugar y desarrollarse como deben.
Lo que realmente necesitan es estar con sus padres, ser educados por ellos. Y los padres tienen el derecho y la obligación de educarlos.
Si esto no pasa por falta de tiempo, lo que ustedes, señores políticos, tienen que solucionar es esa falta de tiempo y no obviar esa educación o delegarla en otros agentes.
El colegio nunca, en ningún caso, debe ser el sustituto del hogar. ¿Eso es conciliación? ¿Qué es lo que se concilia así? ¿La vida laboral y la familiar están en armonía? Simplemente anulamos la vida familiar para seguir manteniendo el ritmo de la laboral.
Ante la injusticia no cabe la resignación, sino la acción. Gracias a Dios, ya hay muchas voces que se levantan en contra de esta falsa conciliación y más que seremos. Así que señores políticos no estén tranquilos, esto les dará más que un dolor de cabeza, pero si lo solucionan como deben, todos ganaremos.